ATENCION
Todo lo que aparece en este fic es pura ficción y esta sujeto a los pertinentes derechos de autor, es decir, el que me copie algo acabará colgado de sus huevecetes o, en su defecto, de sus trompas de falopio (¿a que es dificil? Pues ya os podéis imaginar la carnicería XD). Ah, se me olvidaba, puede contener escenas explícitas y/o lenguaje explícito. Leanlo bajo su propia responsabilidad (es decir, leedlo obligatoriamente xD)
Además, quería aprovechar para pedir disculpas a todos los que leían este mismo fic antes de que desapareciese. Esta vez no ocurrirá, yo me encargaré de ello, doy mi palabra. He retocado algúnas cosas sobre todo del principio y espero, de verdad que os guste a todos ^^ Muchas gracias por vuestra atención, y aquí os dejo con la aventura que nos atañe... Apagad las luces... cerrad las puertas... empezamos...
RESHident Evil
Capítulo 1
Un día normal. Como todas las mañanas, temprano, el paseo por el parque de RESHI me venía de maravilla. Allí podía olvidarme un poco de todo, dejar a un lado el trabajo y pensar en mis cosas, tomar el aire.
Esos últimos días necesitaba más aire de lo normal. Estaba un tanto agobiado, y eso no me dejaba tranquilo. A veces me faltaba el aire, como si al respirar no entrase nada en mis pulmones. Solo dos cosas me sacaban de todo. Una de ellas era ésta, el parque de RESHI.
Al entrar por las grandes verjas de hierro, con puntas de lanza doradas, el parque se hacía inmenso. En el centro del parque, una estatua de un hunter de oro macizo dispuesta en el centro de una fuente, en posición de ataque, con una mirada fiera e intensa; y con la boca abierta, enseñando dos hileras de afilados dientes.
RESHI, el símbolo de RESH. Ocurrencia de la mismísima Rain Ocampo.
La jerarquía en RESH era un puro formalismo. Se disponía en forma piramidal; en la cúspide, Beltrán, fundador y alcalde de la ciudad y Rain, que recientemente había ocupado el cargo de “segunda al mando”, por decirlo de alguna manera. Después de ellos, un grupo de usuarios cumplían el cargo de “ministros”, designados por Beltrán. Y ellos eran S.Redfield, Joumer, Wex Payne, Hipocondriaco, Uroboros, Thélema, No Life e Ill-Niño.
En realidad, las diferencias eran mínimas. Todos colaboraban con todos, todos tenían las mismas funciones prácticamente, (excepto Beltrán que ostentaba algunas más): Mantener el orden y la seguridad en RESH.
Sin embargo, ese selecto grupo no podía hacerlo todo, no podía abarcar todos los altercados que ocurrían en la ciudad, dada la magnitud de la misma, y la cantidad de habitantes que en ella residían. En eso consistía mi trabajo. RESH tenía su propio cuerpo de policía, el RESH.P.D.
Quizás estuviese agobiado por eso. Últimamente habían ocurrido varios percances importantes y estábamos de papeleo hasta arriba. Varios detenidos… Yo solía trabajar en solitario, pero, como había pocos en mi situación, lo que hicieron fue emparejarnos. A mí me tocó Caleb.
Le conocía de antes, era un buen chico, un buen amigo y un buen compañero. La verdad es que no quiero imaginarme cómo estaría si el trabajo no estuviese repartido entre los dos.
En el parque paseaba mucha gente. Todo estaba lleno de amarillo, excepto por los caminos de tierra, de un color parduzco, a causa del agua que hacía poco había caído. Y los árboles, desprendían sus hojas por el tiempo en el que estábamos. Me crucé con varias parejas. En esos momentos no solía saludar a nadie, no me apetecía, y tampoco iba muy pendiente, a causa de mis conflictos internos, de la gente con la que me cruzaba. Sólo eran manchas.
Así que al llegar a la baranda de la fuente, me apoyé en ella y cerré los ojos. Dejé que el viento meciese mis cabellos, me gustaba esa sensación. El aire fresco golpeando mi rostro, aire limpio entrando en mis pulmones. Eso lograba apartar todos mis pensamientos, dejar la mente en blanco, justo tal y como quería en esos momentos.
Hasta que una gota de lluvia tocó mi nariz. Comenzaba a chispear. La verdad es que eso no me suponía ningún problema, pero, tenía que llegar al trabajo. Suspiré una vez más y eché la cabeza hacia atrás. No quería irme de allí, estaba muy bien, ¿Por qué tenía que ir a trabajar, justo hoy? No era un hombre que hiciese las cosas porque sí. Ser poli me gustaba. Estaba hecho para eso, pero aún así, necesitaba algún que otro día de descanso, hacía más de un año que no tomaba vacaciones.
Al fin, comencé mi camino hacia la comisaría. Las calles, a esas horas de la mañana no estaban muy transitadas, al menos no tanto como más entrada la mañana. Ese aspecto de tranquilidad de las calles de RESH se propagaba en mi como la infección de un virus.
Pero es que esa sensación me encantaba. Y, en mi ensimismamiento, los trayectos hacia el trabajo, o hacia mi casa, se hacían mucho más cortos. El aire fresco agitaba mis cabellos cuando llegué a las puertas dobles de la comisaría. Eran unas grandes puertas de roble, con unos cristales transparentes. Tenían unos mangos grandes, rectangulares, con un bañado en oro.
Las puertas se abrieron para dar paso a Caleb, que salía a mi encuentro:
- ¡Hey Lykos!
- ¿Algo nuevo?
- No, nada, parece que todo se ha calmado. Y me alegro de que sea así. ¿Vienes a tomar un café?
- ¡Claro!
Ambos entramos de nuevo en la comisaría. La recepción era bastante amplia y bien iluminada. Al lado izquierdo tenía una pequeña sala, donde dos agentes se encargaban de recibir a las personas que solicitaban ayuda, o iban a poner una denuncia. No les conocía, pero aún así nos saludaron.
Unas escaleras gigantescas llevaban al segundo piso. Todo el suelo era de mármol, reluciente, brillante y pulido. Nos dirigíamos allí. Al subir por las escaleras, podías dirigirte hacia la derecha o hacia la izquierda. Había sendos pasillos amplios, con barandas, que dejaban un hueco en el centro. Es decir, el segundo piso era únicamente un cuadrado cercado por barandas. Unos grandes ventanales dejaban entrar la luz del sol, en la pared que daba a la fachada. Tomamos el pasillo de la derecha.
En la comisaría si había actividad. Policías iban y venían de los diferentes despachos. Tercera puerta del pasillo de la derecha. Un despacho amplio, con dos mesas. La de Caleb tenía su ordenador, un lapicero, un par de marcos y dos carpetas color marrón. La mía solo tenía el ordenador y un marco. Todo estaba ordenado y perfecto. Justo en frente de la puerta de entrada, estaba la cafetera.
- Cafecito recién hecho – decía Caleb mientras se acercaba a la mesa del café.
- Dale, pásame una taza.
Cogí una de las carpetas marrones del escritorio de Caleb y me senté en el mío. La abrí y comencé a ojearla.
Triple asesinato.
- Joder… -mascullé.
- ¿Qué pasa?
- Otro puto asesinato. Maldita ciudad…
- ¿Qué dice?
Calle T. Libre, 24 de octubre de 2009, 03:00 am aprox.
Encontrados tres cadáveres. Fueron hallados con múltiples contusiones y mordiscos. El forense determinó la hora de la muerte, pero el estado de descomposición no concordaba con la hora fijada por el mismo.
Los cadáveres han sido transportados al depósito de la comisaría de RESH.
El archivo traía adjuntas algunas fotos de los cadáveres. En dos de las personas, se podían observar trozos de carne arrancados de un mordisco, demostrando una brutalidad sorprendente.
- No se quien habrá hecho esto, pero… -dije pasándole las fotos.
Al verlas, Caleb abrió los ojos más de lo normal.
- ¡Coño!... Tío, se me ha revuelto el estómago…
- Anda, vamos al lugar.
De repente, eché en falta algo.
- Mierda…
- ¿Qué?
- Tenemos que pasar por mi casa, se me olvidó el arma.
- Y algún día olvidarás la cabeza… Anda, vamos.
Volvimos a recorrer el pasillo y las escaleras mecánicas hasta salir a la calle, donde, justo en frente de la comisaría, estaba aparcado el coche de Caleb.
No tenía un descapotable, ni mucho menos. Era un coche normal. Nosotros tampoco es que cobrásemos mucho, pero yo tenía la suerte de contar también con el sueldo de mi pareja, Alianor. Él, por el contrario, estaba solo. Yo siempre le vi algo solitario. Era un muchacho normal, tenía sus amigos, tenía las mismas inquietudes de todo el mundo… pero bastante solitario.
-¿Qué crees que pasó?
- No se. Es extraño, porque parecen llevar semanas muertos…
- Che, boludo, yo digo asesino en serie. ¿Qué apostás vos?
- ¿Accidente doméstico? Igual se tropezaron con la aspiradora, y el perro desquiciado por llevar días sin comer, les devoró. O… ¡Mejor, mejor! ¡¡Zombies!!
A veces, yo, era un tipo muy sarcástico. Quizás por eso no tuviese tantos amigos. Pero lo cierto es que no me burlaba de la gente, a pesar de mi sonrisilla a la hora de decir esas cosas, y eso Caleb lo sabía.
- ¡Ja! Chistoso eres, capullo.
Estábamos pasando por el barrio Comunidad. Yo vivía en la parte hispana. En RESH, había congregados de nacionalidades. Normalmente, convivían perfectamente, pero muchas veces había peleas de bandas. Yo no me podía quejar, los españoles no éramos muy revoltosos. Por el contrario, más de una vez tuvimos que realizar un par de detenciones en los barrios mexicanos y argentinos.
En éste último caso, a Caleb le solía notar enfadado, y le duraba por unos días. No lo pagaba con nadie, pero sus gestos eran un libro abierto.
La verdad es que los sectores estaban poco diferenciados, se extendían desde el barrio T. Libre, hasta el barrio Cinema, pasando por el barrio Brooks. En este último, todos los años se celebraba una gran exposición de libros, que comprendían todas las categorías: comics, novelas negras, históricas, de aventuras… Era un paraíso, al que yo acudía todos los años. Y la biblioteca de allí era la mejor del estado.
La lluvia comenzó a caer más fuerte cuando entrábamos en el sector donde habitaban más chilenos, famoso porque allí vivía Rain Ocampo. Íbamos a girar para entrar a la calle de la segunda al mando, cuando algo nos embistió.
El coche recibió el impacto por mi lado, por la parte trasera, por lo que, a causa de la fuerza del impacto, dio un trompo, y comenzó a levantarse pasando de estar apoyado en las ruedas, a estar apoyado en el lateral de Caleb, cayendo finalmente sobre el techo, para volver a dar la vuelta, con un gran estruendo, y acabar estampado contra la verja de madera de una casa.
En esos momentos estaba mareado, llevaba el cinturón, pero me di un golpe en la cabeza durante las vueltas de campana, que me abrió una brecha por la que brotaba un hilo de sangre. Dolía.
Palpando la herida y con un ojo cerrado por el dolor, miré a Caleb. Estaba inconsciente:
- Caleb… Eh… Caleb…
Empujé a duras penas su hombro, mientras dejaba de tocar la herida, quitándome el cinturón. Intenté abrir la puerta, pero estaba atascada.
- ¡Caleb! Mierda…
Pero se suponía que no se podía ir en sentido contrario a nosotros… Un coche no pudo ser, porque no escuché el ruido del motor acelerando… Y yo lo último que atisbé fue algo moviéndose por la acera, hacia nosotros, aunque de todas maneras, no estaba seguro…
Empujé un poco la puerta, con la pierna, un poco más fuerte… y, finalmente, le di una patada, abriéndola de golpe, desencajándola.
Salí del coche, con la lluvia martilleándolo todo, para ver qué había ocurrido. Me acerqué al lugar del impacto. Estaba sumido hacia dentro, y tenía una especie de animal incrustado. Anduve un par de pasos más hasta llegar justo al lado, no era un animal, era un humano.
Estaba semidesnudo, con solo un vaquero puesto. Tenía la piel paliducha, con ciertos tonos morados, como un muerto. Estaba totalmente calvo. Comenzó a moverse hacia atrás. Con el impacto, se habían formado algunos salientes de metal, pero a esa cosa no le importó el arrancarse algo de piel en su maniobra.
Y no gritó, ni se quejó, y lo que más me inquietó, sangraba profusamente, tenía muchas heridas, algunas parecidas a mordiscos, una persona normal en ese estado no habría podido hacer eso, lo sabía, y por eso comencé a retroceder hacia atrás, mientras él extendía sus manos hacia mí, como queriendo alcanzarme.
No quería ni imaginarme qué sería, porque las posibilidades que se venían a mi mente eran absurdas. Había bromeado instantes antes con ello pero… el hecho de que eso fuera un zombie era la posibilidad más estúpida, pero a la vez más posible.
Por eso, esperaba que el tipo comenzase a andar lentamente hacia mi, de acuerdo con el estereotipo del típico zombie… pero no. El hombre se lanzó de repente a por mí, lanzándome contra el suelo. A duras penas conseguía sujetarle, intentaba morderme. Tenía bastante fuerza y arremetía, gruñendo.
- ¡AYUDA!
Nadie acudía a mi llamada.
- ¡¡JODER, QUE ALGUIEN ME AYUDE!!
No podía ser posible que nadie hubiese advertido el accidente. Ese monstruo me iba a matar si cedía.
- ¡¡Quieto!!
Era la voz de Caleb. El monstruo, al escucharlo se dio la vuelta, parando de forcejear.
- Levántate, date la vuelta y levanta las manos, ¡Donde pueda verlas!
La respuesta que obtuvo no fue precisamente cordial. Se puso de pie y rápidamente fue a por él. Caleb tenía una herida en la cabeza, de la que salía sangre.
- ¡¡QUIETO!!
Un disparo resonó en el aire. La bestia cayó al suelo. Tenía un agujero en la pierna. Pero eso no le detuvo. Se levantó de nuevo y volvió a la carga. Caleb no tuvo más remedio que volver a disparar, esta vez al pecho, dos disparos.
La criatura cayó, emitiendo un quejido. Yo, me levanté del suelo y me acerqué a Caleb. Estaba impactado.
- ¿Qué… mierda era eso?
- No lo se…
Yo también estaba impactado, muy impactado. El vacío en los ojos de ese tipo, el ansia con el que intentaba morderme…
Los vecinos seguían sin llegar.
- ¿Qué hacemos…?
Caleb seguía callado, pálido. No es fácil matar un hombre, al menos no al principio. Caleb no había tenido que recurrir a su arma nunca, al igual que yo, y eso debió de provocarle un estado de shock. Guardó su pistola y sacó su teléfono móvil.
- Manden una grúa y una ambulancia. Calle Moncho, en el cruce.
Me acerqué al cadáver.
- ¿Qué crees que…?
- ¡No lo sé!
Gritó. Me quedé mirándole, en silencio. Mientras tanto, la lluvia comenzó a amainar. Ya no caía con tanta fuerza, ahora era solo una… suave brisa mojada, incordiosa, pero suave. La ambulancia, llegó, y con ella, dos coches patrulla.
Mientras me atendían, vi como los forenses miraban el cuerpo de esa criatura, y cómo el capitán hablaba con Caleb.
- Ya estoy bien, gracias.
Aparté al médico que me atendía. Me gustaba la medicina, pero los médicos y hospitales… no tanto. No los odiaba, pero no recurría a ninguno de ellos, así como tampoco recurría a pastillas ni fármacos si podía evitarlo. Me acerqué a Caleb y al capitán.
- ¡Oh!, Lykos. Caleb me ha contado lo ocurrido. ¿Quién os embistió?
- Eso… -señalé al cadáver, que estaba siendo introducido en una bolsa negra- cuando salí del coche, estaba incrustado, y acto seguido, me atacó. Si no hubiese sido por Caleb…
- Eso es imposible. Una persona no puede hacer eso.
- No creo que una persona normal intente morder a otra. Debe de tener la rabia… o algo así. Tenía sangre en la boca… como si hubiese mordido a alguien.
- Ese golpe en la cabeza te está afectando, Lykos. Os está afectando.
- Capitán Korvy.
Era Rain Ocampo. ¿Había venido solo para ver un triste accidente de coche?
- ¡Señorita Ocampo! ¿Cómo está?
- Ocupada. ¿Qué ha pasado? Se rumorea que alguien atacó a estos agentes, e intentó morderles…
Noté cierto énfasis en esas últimas palabras. Pero no le di importancia.
- Caleb tuvo que disparar contra ese hombre. Tenía un arma e iba a dispararles.
- ¿Qué? –Dijimos Caleb y yo, al unísono- No, eso no fue así, intentó…
- Pasó lo que dije. Aquí está el arma que el tipo tenía encima.
Korvy sacó una bolsa, tenía dentro una H&K. Rain Ocampo se quedó mirando el arma.
- Gracias, capitán.
Se retiró hasta llegar a un coche negro, al que entró, para después irse en dirección al ayuntamiento.
- Será mejor que os vayáis a descansar, os doy la semana libre.
El tipo había intentado morderme, eso era seguro. No vi ninguna pistola en sus manos, y desde luego el golpe no me produjo alucinaciones. ¿Qué estaba pasando? ¿En realidad llevaba el arma encima? No… Al menos yo no la vi… y si la tenía, podía haberla usado, sin embargo, ¡Intentó morderme!
Decidí marcharme andando a casa. Me despedí de Caleb. Estaba cabizbajo, triste. Nunca había experimentado la sensación de arrebatar una vida y eso lo estaría torturando, no era una simple detención a un paisano.
Pasaba por las calles, casi desiertas. No había mucha gente ese día, al menos no por el barrio chileno. Era comprensible, estaba nublado y el día no incitaba a salir. Llegué a casa. Era una casa media, no muy lujosa, humilde. Tenía un pequeño jardín, con un camino de piedra que lo atravesaba hasta llegar a la puerta. Número 18.
Toqué el timbre y no tardó en aparecer. Llevaba una taza en la mano. Vestía una blusa roja y unos pantalones vaqueros, color negro. Entré directamente, sin decir nada, hasta llegar al amplio salón y tumbarme en el sofá. Un sofá de color beige.
- ¿Qué te pasa?
- He tenido un accidente.
- ¡¿Qué?!
Corrió al sofá y se arrodilló.
- ¿Qué te has hecho?
- Nada, nada, tranquila.
Le sonreí. Me gustaba que se preocupase por mí. Era agradable saber que al menos alguien lo hacía, y el sentimiento era mutuo.
- Estoy bien. ¿Qué tal tu día?
- Ajetreado, y eso que aún no me toca dar clase hasta dentro de media hora. A ver como se portan los alumnos hoy. Voy a salir ya, ¿Vale? Túmbate un ratito. Luego nos vemos, ¿Vale?
- ¡Que sí!
- Tonto.
A veces teníamos pequeñas tonterías como esa. Supongo que se estaba tan bien con ella, que era inevitable reflotar mi yo más infantil.
- Anda, luego nos vemos. –me besó- ¡Te quiero! ¡Ciao!
- Eh, ¡espera Ali…!
Un portazo me respondió. Tarde.