Shibuya (FanFic)

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Mataformigues
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Shibuya (FanFic)

Mensaje por Mataformigues » 07 Abr 2016 01:10

Como adelanté hace algo menos de un mes, he estado escribiendo un fanfic de Resident Evil. Acabo de darlo por terminado, así que voy a ir publicándolo por aquí. En una fuente de tamaño 12 me ha ocupado 21 páginas, de modo que no es muy largo pero lleva rato leerlo, por eso me ha parecido conveniente dividirlo en cuatro entregas. La de hoy es el equivalente a 7 páginas, un tercio.

Como habrá percibido el observador atento, dada la portada del relato y mi firma, es un fic basado en las películas de Anderson. Ahora bien, para regocijo de algunos, aclaro que quien se espere una historia llena de acción desenfrenada, Alice cortando cabezas y fantasmadas varias, no va a encontrar aquí nada de eso. xD Con este relato he querido imaginar la historia de cierto personaje de las películas que me fascinó con su breve aparición, pero que por desgracia carece totalmente de un trasfondo oficial. Esta primera parte y la siguiente estarán destinadas principalmente a conocer al personaje.

Quiero aclarar también que, para describir los escenarios en que tiene lugar este relato, me he basado en información que he podido obtener de Internet acerca de Tokio, ciudad que no he tenido el placer aún de conocer en persona. Por eso, pido disculpas si las descripciones no son tan precisas como quisiera, o el contenido del relato no hace honor a la fascinante cultura y costumbres niponas, aunque he hecho lo que he podido.

Por adelantado, gracias por leer.




Sinopsis

Yumeko solía pensar que se hallaba navegando sin rumbo, sin saber en qué puerto quería atracar, o siquiera si había alguno en oferta para ella. El sinsentido y la falta de deleite en su vida en ocasiones la habían sumido en una oscuridad de la que se llegó a temer que no saldría.

Mientras el mundo comienza a sucumbir a una terrible plaga que se extiende sin fronteras, bajo las centelleantes luces de Tokio, una joven se enfrenta a los fantasmas de su mente en la que será la última y más difícil de las innumerables pruebas a las que la vida la ha sometido.




Índice

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Yumeko (夢子): Del japonés yume (夢, sueño) y ko (子, niña, chica). Su significado puede interpretarse como "chica de ensueños" o "chica que sueña".



Escena 1: Shinjuku (新宿区)
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Oculto:
El distrito de Kabukichō se ubicaba en pleno barrio de Shinjuku, sede del Gobierno Metropolitano de Tokio y una de las principales áreas comerciales de la ciudad. Contrastando con el vecino Nishi-Shinjuku, distrito de los rascacielos, Kabukichō lucía un skyline notoriamente más modesto, propio del barrio rojo por el que era conocido ser. Irguiéndose como una suerte de fortaleza amurallada, dícese paraíso de la Yakuza, el vecindario que nunca duerme se encendía cada noche en un deslumbrante fulgor de carteles de neón, publicitando las tiendas, cines y restaurantes de las anchas y siempre abarrotadas avenidas que lo rodeaban, o bien los incontables pubs, hoteles y prostíbulos que poblaban sus callejones. Cercana al distrito se hallaba la Estación de Shinjuku, que con su ridícula cantidad de más de tres millones de pasajeros diarios llegó a ser por mucho el centro de transporte más transitado del mundo, si bien dicho honor era más debido a la actividad financiera y administrativa de Nishi-Shinjuku que al reclamo que pudiera suponer el célebre ambiente nocturno de Kabukichō.

Realmente no hacía frío aquella noche. Apenas pasaban de las nueve cuando se adentró en la barriada, caminando por aquellas calles centelleantes luciendo un aspecto cuanto menos poco glamouroso. No es que Tokio fuera una ciudad conocida precisamente por su conservadurismo estético ni la sobriedad en la vestimenta de los jóvenes, sino más bien por un «todo vale» personal llevado tan lejos que para muchos extranjeros rayaba lo absurdo. Para ella, la comodidad solía anteponerse al compromiso social, y en ocasiones como esa, también la virtud de la discreción. Yumeko vestía así unas mallas oscuras hasta los tobillos horriblemente combinadas con unas zapatillas de deporte, que arrastraba ruidosamente por la acera humedecida bajo una llovizna que, si hacía mucho o poco que llevaba cayendo, no era competencia suya determinar. Sobre toda su humilde indumentaria la cubría un abrigo de imitación, de lana marrón y largo hasta las rodillas, dotado de una capucha que con inseguridad se retiró de la cabellera tan pronto como se hubo reunido con su contacto.

–¡Vaya! ¡Mira quién ha venido a verme! –exclamó el tipo mientras hacía una discreta reverencia con la cabeza, recibiéndola en un rincón apartado de la calle. El hombre vestía unas desgastadas zapatillas deportivas blancas y un pantalón vaquero, y se servía de un chubasquero plástico de tonos verdes y azules para combatir la precipitación, con su capucha firmemente amarrada alrededor de la cabeza. El tipo, de alrededor de treinta años y aires notorios de macarra, miró a la joven que acudía a él y lanzó al pavimento el cigarro que había estado fumando, demostrando con el gesto una extraordinaria insolencia. La joven, incómoda desde aún antes de encontrárselo, se había cuidado de no mirarlo a la cara ni hacer siquiera un saludo que pudiera vincularlo a él–. Supongo que vienes a recoger aquello, ¿cierto?

Yumeko asintió con la cabeza mientras oteaba las calles cercanas, dando un pequeño respingo al ver presenciarse un coche patrulla de la Policía. El vehículo se acercaba proveniente de Meiji Dori, y en su sigiloso avance, como depredador en busca de presa, torcía su camino hacia la calle en que se encontraban. Al ver la reacción de la chica, su contacto soltó media carcajada mientras aseguraba la hermeticidad del sobrecito de plástico que acababa de sacar de un bolsillo de la pechera de su chubasquero.

–¡Tranquila! –soltó con su tono ronco y relajado característico–. Están aquí para protegernos –añadió con ironía.

–Dese prisa –pronunció al fin ella.

Yumeko volvió a girar su vista atrás mientras la patrulla pasaba de largo y seguía su camino perdiéndose a paso lento, para luego devolverla rápidamente a los ojos del mercader en señal de impaciencia.

–Toma, amiga. –El tipo le entregó el sobre e hizo una especie de gesto amistoso con la cabeza.– Si hubiera algún problema, ya sabes dónde encontrarme.

–¿Cuánto le debo?

El hombre elevó la vista al cielo un momento, como si tratara de quitarle importancia a esa parte de la transacción.

–Mira, por ser tú… –dijo mientras admiraba las nubes del cielo nocturno, intensamente rosadas a causa del alumbrado de la ciudad– lo dejamos en once mil, ¿te parece?

La joven sacó del bolsillo derecho de su abrigo dos billetes de diez mil yenes y se los ofreció al tipo mientras, con una discreción exagerada, guardaba el paquete en el izquierdo.

–Oye, ¿qué es esto que me das? ¿Es que me has visto pinta de máquina expendedora? Si no me das el importe exacto, iré a rematar la noche con los nueve mil yenes del cambio –dijo riendo–. A ver, ¿no tienes nada más pequeño?

Yumeko no podía creérselo. ¿Cómo no iba a tener cambio, dedicándose a lo que se dedicaba? La muchacha revisó su bolsillo, y le indicó que no tenía nada aparte de eso.

–Venga, diez mil está bien –dijo en un sorpresivo arranque de generosidad–. Y para la próxima me debes una –añadió guiñándole un ojo, debía interpretarse que amistosamente.

Yumeko le dio uno de los billetes, y se guardó el otro de nuevo en el bolsillo.

–¡Muy bien! –Yumeko se había vuelto a encapuchar y ya hacía ademán de marcharse, cuando él le dedicaba una reverencia escasamente elaborada, resistiéndose a dejarla ir sin despedirse.– ¡Buenas noches, Lady Aomoto!

La chica volvió por donde había venido sin dirigirle la palabra. Jamás admitiría cuánto le fascinaba ese título que se había ganado en su corta pero lamentable experiencia como cliente de ese canalla. «Lady Aomoto»
Oculto:
Avanzando por la calle, Yumeko pudo contar seis prostíbulos antes de llegar a Yasukuni Dori, cuyos carteles luminosos se confundían con los del resto de negocios colgando de las fachadas de los edificios. Al pasar junto a la entrada de uno de los locales, se fijó en un grupo de hombres que accedían a él, portando impecables peinados y enfundados en trajes de ejecutivo. Inmersa en sus pensamientos, la joven se hallaba a punto de alcanzar la popular avenida de Yasukuni cuando un silbido llamó su atención desde mitad de la calle.

–¡Eh, perdona!

Yumeko alzó la mirada casi inconscientemente para buscar el origen de aquel reclamo, descubriendo con sorpresa que, entre la cantidad de gente que recorría aquel callejón, un tipo se dirigía indudablemente hacia ella atravesando la calle, corriendo con las manos metidas en los bolsillos del pantalón de una forma que resultaba un tanto ridícula. La joven se quedó parada mirándolo a medida que se aproximaba, con las manos resguardadas en los anchos bolsillos de su abrigo y su nariz apenas asomándole bajo la capucha. Era un tipo joven, de su edad o poco más, vistiendo ropa informal y con aspecto de estudiante. No podía imaginar qué sería lo que querría de ella, aunque algo le decía que vendría a pedirle cualquier cosa menos una dirección o la hora.

Aún con eso, lo que el chico le dijo consiguió sorprenderla desprevenida.

–¿Te gustaría tomar el té conmigo? –le soltó cuando estuvo a un metro de ella, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.

La mente de Yumeko bloqueó al momento cualquier discernimiento que pudiera hacerse de esas palabras.

–¿Perdona? –dijo arqueando una ceja.

El tipo soltó una risotada y después explicó:

–Digo si te apetece venir por aquí conmigo a tomar un té, o lo que sea. Yo te invito.

Debía haberlo imaginado. Un nanpashi. Uno de tantos jóvenes en plena revolución hormonal con los que cualquier veinteañera fácilmente podía tropezarse en zonas como aquella de la ciudad. La oferta de tomar el té debía interpretarse como su voluntad de acabar la noche con ella en la cama de algún hotel del amor de los que abundaban en el distrito. Yumeko le miró furtivamente a los ojos y sintió una pequeña náusea al imaginarse la escena.

–Discúlpame… me parece que andas confundido conmigo.

Yumeko sabía que, por regla general, aquellos muchachos eran inofensivos: críos normales a los que les faltaba una dosis de madurez que tarde o temprano les acababa llegando. Se limitaban a ir probando suerte de chica en chica, hasta que alguna caía en su telaraña; tenía varios conocidos practicantes de nanpa que no tenían problemas para reconocer sus logros ante los amigos. A decir verdad, a aquel tipo se le veía demasiado crecidito para andar haciendo esas tonterías, pero prefirió no darle más cancha y seguir caminando como si nada hubiera pasado. Él, por contra, creyó que era buena idea seguirla.

–Oh, vamos, no sé qué habrás pensado. ¡No te voy a morder! –Rió.– Pero cuando uno ve a una chica tan bonita como tú, no puede simplemente quedarse de brazos cruzados.

Aquel chico ya empezaba a resultarle molesto. Tras más de una docena de metros andados continuaba pegado a ella.

–¿Es que tienes novio? Si es eso, lo entiendo, ¡pero no te he propuesto nada indecente!

Todavía –pensó Yumeko.

Llegados a ese punto, el rostro de Yumeko transformó su expresión de forma drástica. No quería perder la educación, pero si ese tío no captaba el mensaje, tendría que hacérselo llegar con claridad.

–Escucha, no te conozco, ni me gustas, ni me pareces atractivo ni simpático, y tampoco creo que tengas una pizca de gracia. Además, no tengo interés en dejarme camelar por ningún crío inmaduro que se dedica a engancharse como una sanguijuela a cualquier trozo de carne con que se cruza. Creo que será mejor que te alejes de mí cuanto antes, si no quieres que alerte a la Policía de que me estás molestando.

Yumeko se sentía hipócrita apelando a las fuerzas del orden, pero parecía que la regañina había surtido efecto. Cuando se puso de nuevo en camino, el muchacho al fin desistió y dejó de seguirla. Al menos eso pareció, tan solo por un momento.

–¡Oye! Si no te va bien que quedemos ahora, por lo menos podrías darme tu número de teléfono. –¿Estaba oyendo bien?– ¡Eh! ¿Me oyes?

El tipo se abalanzó de pronto sobre ella agarrándola del hombro, a lo que la joven respondió sacudiéndose y gritando sin reparos para exigirle que la soltara. Yumeko notó cómo, a su alrededor, los discretos transeúntes miraban de reojo la escena sin detenerse. El chico hizo lo propio, y con más pena que vergüenza se cruzó de hombros resignado.

–¡Como quieras, petarda!

Indignadísima, Yumeko emitió entre dientes un sonido similar a una arcada mientras veía al sujeto alejarse, y en seguida se volvió para reemprender el largo y tortuoso camino a casa.

Tras el incidente, la joven llegó al fin a Yasukuni Dori. Parecía mentira cómo en pocos pasos la sordidez del lugar del que provenía podía dar paso a un paraje tan esplendoroso, de aquella avenida con su calzada y sus aceras atestadas, e infinidad de edificios recubiertos en todo lo ancho y alto de sus fachadas de coloridos neones y pantallas deslumbrantes que creaban aquel abrumador ambiente urbano. Al fondo de la avenida relucía sobre la noche el colosal frente de rascacielos de Nishi-Shinjuku, entre ellos la moderna y llamativa torre de Mode Gakuen, o el Tochō, suntuosa sede del Gobierno Metropolitano. Mas todo aquel torrente de luz y sonido cegaba y ensordecía a quien se sumergía en él, impidiendo a Yumeko, por ejemplo, sentir el agradable sonido de la lluvia –¿más intensa que antes?– traqueteando sobre cada centímetro cuadrado de paraguas y mobiliario, o el rumor lejano de unos pocos truenos cuyos relámpagos quedaban también opacados por el ajetreo artificial de la ciudad. Tampoco permitía la noche a Yumeko admirar el sagrado monte Fuji, que sin embargo sabía emplazado en algún lugar sobre el horizonte en la dirección en que avanzaba, erguido solemne por encima de la cordillera de rascacielos.

Las prostitutas causaban a Yumeko una especie de lástima. Una compasión que por desgracia debía reservar también para alguna de sus antiguas amigas, ex compañeras de clase o de andanzas durante su tierna y ya borrosa adolescencia, que habían sucumbido al oficio ya fuera por vocación o por necesidad, forzadas al encontrarse en condiciones de integridad familiar y económica prácticamente nulas. Mientras la mayoría de sus viejos conocidos, perseguidores del sueño japonés, habían alcanzado el éxito académico y por entonces tenían un porvenir profesional prometedor, a unos pocos como ella la vida no se lo había puesto tan fácil, ya fuera por culpa de la familia, del devenir, o de ellos mismos. Yumeko tenía más de una amiga, con la que para entonces no guardaba ya apenas contacto, que había tenido que verse ofreciendo su cuerpo para los burdos negocios administrados por las mafias. En cualquier caso era algo que ellas habían elegido, pero Yumeko se temía que no fuera por las razones adecuadas, aunque tampoco se sentía autorizada para juzgarlas. En cualquier caso, no dejaba de hacérsele repulsivo aquel submundo, oculto y roñoso, que le había tocado conocer ya desde pequeña, y del que se había pasado los últimos años de vida decidida a huir a cualquier coste; un empeño que, a sus veintiún años, le había permitido conseguir un trabajo decente con el que valerse en una tienda. Viéndose por entonces a sí misma no parecía al fin y al cabo cosa tan difícil: solo cuestión de voluntad, de luchar contra la adversidad día tras día.

Mas, sin embargo, ahí se encontraba ella, portando unos miligramos de polvo de hadas en el abrigo, sintiéndose sucia hasta el punto en que todo aquel esforzarse le parecía estar resultando en vano.

Aún en Yasukuni Dori, donde fuera que mirase, miles de figuras humanas emparaguadas se cruzaban unas con otras en todas las direcciones, en la medida en que las anchas aceras y los pasos de peatones se lo permitían. En pocos minutos llegó al final de la avenida. Desde ese punto, yendo a mano izquierda se encontraba la gran Estación de Shinjuku, pero a pesar de que Yumeko debía tomar el metro, no era hacia allí a donde se dirigía. La joven torció su camino a la derecha antes de alcanzar las elevadas vías del tren, y avanzó ciento cincuenta metros por una calle infinitamente más tranquila que la anterior hasta el acceso a la Estación de Seibu-Shinjuku, desde donde la línea circular Toei Ōedo del metro con suerte la llevaría a casa.
Oculto:
Yumeko apenas había cerrado la puerta tras de sí cuando una voz ya la recibía desde el salón de la vivienda.

–¡Yumeko! ¿Ya estás de vuelta?

La joven colgó junto a la entrada primero las llaves y después su abrigo, que no había llegado a calarse. De los bolsillos extrajo los diez mil yenes que le habían sobrado, así como el objeto de su paseo. Se descalzó, abrió la puerta acristalada del recibidor, y encontró a su padre acomodado en un sillón, en camiseta de tirantes y bebiendo cerveza barata de una lata mientras en el televisor daban las noticias. –¿Es que hoy no hacen nada que le guste?– Únicamente iluminada por la luz de la pantalla, la sala se presentaba inmersa en tinieblas.

–¿Ha ido bien?

–Sí… –contestó su hija, sosteniendo la mercancía en una mano.

–Ahí, déjamelo ahí, ¿quieres? –El hombre se incorporó ligeramente en el asiento y señaló con su dedo la mesita que se hallaba a su frente.

Yumeko buscó un espacio entre todos los objetos que ocupaban la desordenada mesa, y se inclinó para dejar caer el paquete y el billete en él.

–Gracias, cariño. Dime, ¿cuánto ha costado? –Dio un trago.

Yumeko se debatió entre explicarle o no lo de los once mil yenes y el contratiempo con el cambio.

–Diez mil –dijo mientras se quitaba el jersey gris y blanco de lana con que había salido, quedándose solo cubierta con una camiseta blanca de tirantes que remarcaba las curvas de su torso–. Me ha hecho un descuento.

–¿Un descuento? ¡Diez mil pavos! ¿A eso lo llamas tú descuento? –El cincuentón desaliñado se removió en su butaca refunfuñando.– En fin, tú no tienes la culpa; tendría que haber ido yo mismo. La próxima vez que lo vea le voy a cantar las cuarenta a ese Takeshi… ¡Será malnacido!

Yumeko aún no se había desenrollado el jersey de las muñecas cuando, de manera extraordinaria, ambos parientes se pusieron de acuerdo para guardar silencio y parar su atención en el televisor a la vez.

–Pasamos ahora a retomar la noticia que ya les adelantábamos hace unos minutos, al inicio del informativo.

» Al término de una semana de aquella terrible tragedia que continúa consternando al mundo entero: la devastación completa de la ciudad estadounidense de Raccoon, el Gobierno de los Estados Unidos ha hecho público un informe de más de diez mil páginas que vendría a probar la tesis del fallo en el reactor nuclear de la central Arklay II, echando por tierra las gravísimas acusaciones lanzadas contra la farmacéutica Umbrella dos días después del terrible accidente. –El presentador del noticiero dejó paso a unas imágenes de archivo de la central nuclear mencionada.–

» Según el informe, la fusión y consecuente explosión del núcleo del reactor se habría producido en tan poco tiempo que imposibilitó cualquier medida de respuesta para proteger a la población civil. El Presidente de la Comisión Reguladora Nuclear de Estados Unidos ha presentado esta mañana su dimisión, mientras que el Presidente de la Nación ha asegurado en rueda de prensa que se va a hacer todo lo posible por depurar responsabilidades y mejorar la seguridad nuclear del país. Por otra parte, el Director General de la OMS ha pedido disculpas a la corporación Umbrella por los inconvenientes causados por el terrible malentendido.

El director apareció en pantalla, aludiendo en rueda de prensa a «la inacabable serie de aportaciones de la investigación de Umbrella que han contribuido a mejorar la salud y la calidad de vida de personas de todo el mundo».

–El polémico reportaje –continuó el presentador, mientras se exhibían unas inquietantes imágenes de una ciudad sumida en el caos–, que fue entregado anónimamente a los medios de comunicación y muestra un siniestro escenario de auténtica guerra biológica, se trataría, por tanto, de un sofisticadísimo engaño orquestado para dinamitar la imagen de la famosa farmacéutica. Según fuentes del Gobierno de los Estados Unidos, dos de los actores que aparecen en el vídeo ya han sido identificados. Se trata de Jill Valentine y Carlos Olivera, quienes se cree que podrían haber escapado del país y sobre los que pesa ya una orden internacional de arresto.

–¡Les está bien empleado a estos hijos de perra! –sentenció el viejo, rompiendo la expectación en la sala–. Un accidente nuclear. ¡Más japoneses murieron en Hiroshima y Nagasaki! ¡Se lo pueden comer con doble de bacon si quieren; a mí no me da ninguna pena!

Molesta ante semejante necedad, Yumeko optó por escabullirse de la sala silenciosamente.

–¡Oye, Yumeko! –gritó su padre de espaldas a la joven cuando ésta se encontraba a punto de alcanzar su habitación–. ¿Sabes algo de tu madre?

La chica se quedó unos segundos pensativa, parada en el umbral de la puerta.

–Pues… no. –Trató de situarse en el tiempo. Era jueves.– ¿Hoy no tenía que irse a…?

–Ah, calla, calla –la interrumpió el viejo arrugando la cara y agitando la mano como si tratara de espantar moscas–. Ni me lo menciones. No sé qué le pasa a esta mujer últimamente, pero no parece la misma desde que empezó a ir a la iglesia aquella… Empieza a preocuparme, ¿sabes? –dijo como si de verdad hubiera algo en el mundo que a él le preocupara.

Yumeko no tuvo nada que comentar al respecto, ni quería seguir oyendo remugar a su padre, así que sin más encendió la luz de su habitación entrando por fin en ella. El dormitorio era una sala estrecha: a un lado se encontraban un armario y su cama, bajo un puente de estantes de madera conglomerada, y al otro lado, su escritorio, con un viejo ordenador, un cubo de Rubik no menos antiguo que nunca había resuelto, y pocas más cosas útiles encima: hacía años que había dejado de utilizar la mesa para estudiar, y ni siquiera antes le había dado demasiado uso. Aquellos pocos objetos ocupaban prácticamente todo el espacio útil del cuarto, pero aún así dejaban sitio más que suficiente para ella, y por supuesto para su gata.

–¡Hola, Kira! –El animal yacía tranquilamente enroscado sobre la manta de la cama, y había erguido la cabeza para acechar a Yumeko en cuanto la oyó entrar. Su dueña le rascó la cabeza a modo de saludo.

Yumeko dejó caer su jersey en la cama y se dirigió de inmediato a abrir la ventana de la habitación; el ambiente dentro de la casa era de auténtico bochorno esa noche. Se recostó apoyándose en el alféizar, humedeciéndose gratamente los brazos en el acto. La brisa de aire fresco cargada con el ligero aroma de barro que traía la lluvia la ayudó a sentirse algo menos agobiada; aquel agradable traqueteo resultaba una sinfonía para su oído.

Permaneció un tiempo observando la tranquila estampa nocturna del río Sumida, mientras recordaba la cita que había tenido con su amiga Umi hacía unas horas. Le había traído un souvenir de la Torre de Pisa de su crucero por el mar Mediterráneo. «¡Barcelona es preciosa, Yume-chan! ¡Que me maten si la Sagrada Familia no es el edificio más impresionante que he visitado en mi vida!» Tomándola de las manos, le había prometido entusiasmada que algún día viajarían a Europa juntas.

Tras reflexionar unos minutos, volvió a adentrarse en la habitación y abrió su armario, tomando algo de ropa limpia y ligera para pasar la noche. Después regresó al salón y caminó hacia el baño sin prestar atención a la pantalla del televisor, donde daban el habitual informe de fallecidos en accidentes de tráfico. Le sentaría bien darse un baño antes de cenar y acostarse.
Última edición por Mataformigues el 08 Jul 2017 13:21, editado 10 veces en total.
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Re: Shibuya - Parte 1/4

Mensaje por Cursed » 09 Abr 2016 16:31

No puedo opinar del todo, ya que de momento sólo es el primer acto de la historia. Pero si puedo decir que me ha llamado la atención y que escribes muy bien. Seguiré de cerca tu historia, a ver por qué caminos nos lleva la joven Yumeko.

=D>

Salu2 8)
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Shibuya - Parte 2/4

Mensaje por Mataformigues » 09 Abr 2016 19:42

Cursed escribió:No puedo opinar del todo, ya que de momento sólo es el primer acto de la historia. Pero si puedo decir que me ha llamado la atención y que escribes muy bien. Seguiré de cerca tu historia, a ver por qué caminos nos lleva la joven Yumeko.

=D>

Salu2 8)
¡Muchas gracias por tu comentario, Cursed! Hago lo que puedo. xD

Bueno, pues aprovecho y dejo la segunda parte para quien la quiera; es algo más corta que la primera y es la última que realmente profundiza en el personaje.



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Escena 2: Chūō (中央区)
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Oculto:
Con cerca de doscientos cincuenta kilómetros cuadrados de tierra ganada al mar, la Bahía de Tokio había llegado a convertirse en una especie de macro complejo industrial gigantesco, plagada de zonas portuarias, polígonos industriales, aeropuertos, distritos residenciales, y hasta un parque de atracciones de Disney. En la desembocadura del río Sumida, un conjunto de grandes islas artificiales, encajadas unas con otras y apenas separadas por estrechos canales, aparecían como una extensión urbanizada de la ciudad de pleno derecho. La esbeltez de algunos de los edificios que allí abundaban le concedían un aspecto que evocaba, al observarse desde el río, una Manhattan en miniatura.

Famosa por sus numerosos restaurantes especializados en monjayaki, Tsukishima, perteneciente al barrio de Chūō –el mismo que albergaba el famoso Mercado de Pescado de Tsukiji–, era una de las islas de aquel archipiélago que quedaban más cerradas al mar. Lejos de los rascacielos residenciales que se encontraban en la isla, en una calle del vecindario, el anticuado politono de un teléfono móvil se hacía audible ventana a través desde el primer piso de un bloque de viviendas.

–¿Diga?

La voz de Yumeko sonaba tenue y carrasposa bajo la manta de su cama. Al otro lado de la línea, su jefa acababa de aprovechar un mínimo respiro de la clientela para llamarla.

–Hola, Aomoto.

Yumeko reconoció su voz en seguida. Era rarísimo que la llamara.

–¡Señora Iida! –dijo al teléfono–. Buenos días. Dígame.

–¿Va todo bien? ¿No tenías que venir hoy a la tienda?

La joven, recién arrancada de su profundo sueño, reunió el raciocinio suficiente para sentirse extrañada por la pregunta.

–¡Por supuesto! Pero, ¿no me había asignado el turno de tarde?

Mientras Yumeko respondía, la dueña de la tienda se dedicaba a hacer señas a una empleada para ordenarle que atendiera a un cliente.

–Aomoto, ¿es que no sabes qué hora es?

Molesta, abrió un hueco en la manta para sacar su brazo y agarrar el reloj de la mesilla. Las cuatro.

No puede ser.

Yumeko se quitó la manta de encima de un tirón.

–¡Ay, madre, no tenía ni idea de lo tarde que era! ¡Estaré allí en seguida!

–¡Por favor, Aomoto, date prisa! ¡Aquí no damos abasto!

Yumeko terminó la llamada y se puso en pie, teniendo que aferrarse a la pared para no caerse por el mareo. A las doce de la noche ya estaba acostada. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Dieciséis horas? ¿Del tirón? Jamás le había ocurrido algo semejante. Se despegó de la pared y, antes de hacer cualquier cosa, acudió a un espejo que tenía colgado a un lado del escritorio, donde comprobó horrorizada que un monstruo del Averno con la cara hinchada, los ojos inyectados en sangre y las fosas nasales abiertas le devolvía la mirada desde la habitación del espejo.

–¡Cielos, ¿qué me pasa?! –exclamó tropezándose con la manta mientras caminaba hacia el armario.

Yumeko sacó su atuendo, cerró el ropero, y se fijó en el plato de comida de Kira vacío en el suelo. No iba a poder pararse a reponerlo; esperaba que alguien se encargara por ella, aunque esperar algo así en esa casa era como pedirle peras al olmo.

La joven caminó hacia el cuarto de baño pasando junto a su padre, quien echaba una siesta plácidamente en el mismo sillón en que lo había visto por última vez. No había indicios de que su madre hubiera vuelto del trabajo. Entró en el baño, orinó, hizo gárgaras en el lavabo, y se lavó el rostro deseando que la horrible cara con que se había levantado se fuera como lo haría una mancha al frotarla.

Mientras se estaba secando, Yumeko observó en el espejo el zarpazo que Kira le había propiciado en el antebrazo antes de acostarse. Ya ni lo recordaba. No tenía mejor aspecto, y aún le escocía, pero no sabía dónde estaba el alcohol para desinfectarse ni tenía tiempo de entretenerse en buscarlo.

¿Dónde se habrá metido esa gata?

Yumeko se quitó el camisón y usó la misma toalla para sanearse un poco. Aunque se había bañado la noche anterior, sentía que necesitaba ducharse con urgencia, pero aquello iba a ser imposible; aún tendría suerte si no la echaban del trabajo, de aquel empleo al que se agarraba como clavo ardiendo. En Japón, la puntualidad era una cuestión que ni siquiera se planteaba, y llegar dos horas tarde al trabajo era una falta muy grave, demasiado. Entorpecida por la prisa, se puso las medias al revés, error que se apresuró en corregir en seguida. Seguidamente acabó de ataviarse enfundándose el vestido antes de salir del baño. Ya tendría tiempo de maquillarse un poco en el metro.

La política de la tienda no le exigía ir uniformada. A cambio, se había comprometido por contrato a lucir siempre un aspecto juvenil, aseado y moderno como dependienta, acorde al tipo de clientes al que iba dirigida la marca. Aquello no tenía por qué suponer un problema para el joven nipón promedio, pero en su caso, el descuidado catálogo que le ofrecían su armario y su experiencia en moda estaba muy lejos de los estándares mínimos para su nuevo empleo. Por eso Yumeko hizo lo que cualquiera haría en su situación, pero que para ella se planteaba como un reto en todos los sentidos, empezando por el económico: irse de compras. «Cariño, hace poco que nos hemos mudado y no estamos pasando por el mejor momento económico. No tenemos para gastos como estos», le había dicho su padre, un hombre que llevaba sin trabajar desde que ella tenía memoria. «Ya, pero sí que hay para la mierda que consumes», pensó. Por suerte en aquella ocasión pudo contar con el inestimable apoyo de su mejor amiga, Umi. «Yo te voy a llevar al paraíso tokiota de la moda. Por el dinero no te preocupes; ya me lo irás devolviendo cuando ganes tu sueldo.» Gracias a ella pudo comprarse un par de modelos que le vendrían bien para ir tirando. El que acababa de ponerse, en concreto, la enamoró en cuanto lo vio exhibido en el escaparate. Era un vestido sin mangas, de color azul bajo unos grandes lunares negros, y una falda hasta medio muslo con bandas diagonales de los mismos colores. Y lo mejor es que le quedaba como un guante. Umi le completó el conjunto con unas medias oscuras, de marcadas rayas negras verticales que contorneaban sus firmes piernas, y unos tacones rojos de aguja que realzaban su figura, si bien pequeña, de pronto sensual y femenina. «¡Enhorabuena!, acabas de descubrir que tienes un cuerpazo. Ahora puedes pasar por la más hermosa chica pop de Harajuku», le aseguró su amiga. Jamás se había visto tan fantástica.

De nuevo en el salón, Yumeko notó de reojo que unas tenues trazas de polvo blanquecino ensuciaban la mesita, indicativo de que su padre ya había estrenado su asqueroso pedido. Sin detenerse, fue a la habitación y recogió sus efectos personales mientras la repulsiva imagen del sobre de cocaína se mantenía aferrada a sus retinas. Se colgó el bolso y deshizo sus pasos hacia la entrada, donde se calzó con prisa sus tacones rojos. Hecho esto, estiró el brazo para tomar las llaves del llavero; para su asombro, sin éxito. Alguna fuerza extraña la bloqueó antes de conseguir tocarlas.

¿Lo había notado bien? Alguien la estaba llamando desde el salón, sí, alguien o algo había tocado su hombro; casi juraría que le había podido oír pronunciando su nombre. Yumeko giró la vista atrás sin apartar la mano del llavero. Justo como creía, ahí estaba, llamándola, como un luminoso cartel de neón llamaría su atención en mitad de la noche. Una idea absurda le pasó por la cabeza.

No.

Volvió a centrarse en las llaves, y su mano se debatió literalmente entre cogerlas o no cogerlas, como si en el puente de mando de su cerebro alguien estuviera pulsando los botones de avanzar y retroceder al mismo tiempo. Y es que aquello era una estupidez. Una estupidez no: una locura.

Finalmente su corazón ganó la batalla, de modo que, dejando las llaves en su sitio, regresó al salón, y dio varios pasos hasta encontrarse frente a su padre. Seguía durmiendo como un tronco.

¿Qué pretendes hacer, Yumeko?

Con sumo cuidado, se agachó y cogió el paquetito de la mesa. Observó absorta el polvo blanco que contenía por unos segundos, y después se quedó estática mirando a su padre. Era muy probable que se arrepintiera, sí, pero aquello que estaba a punto de hacer no era algo que pudiera causarle el más mínimo remordimiento. De eso estaba segura.

Al Diablo.

Guardándose el paquete en el bolso, regresó a la puerta, aquella vez para tomar finalmente las llaves y marcharse.
Oculto:
Con una mano temblorosa, Yumeko depositó el paquete en la primera papelera que encontró una vez que salió de casa. Ni idea de cómo iba a justificar algo así, pero sentía que no le importaba lo más mínimo: si le había temblado el pulso era solo por los escalofríos que le recorrían el cuerpo desde que había puesto un pie en la calle. Debió haber cogido el abrigo. Para colmo, empezaba a sentir como si alguien le estuviera clavando agujas en las sienes. Seguramente había cogido un catarro, producto de dormir con la ventana abierta, o quién sabe si la gripe aquella de la que todo el mundo hablaba.

La joven deshizo los pasos de la noche anterior, llegando a la estación de Tsukishima, y allí tomó el metro de la línea Yarakucho. El «estaré allí en seguida» que le había garantizado a su superior era un decir. Vivía a más de siete kilómetros de su trabajo en línea recta, una distancia que el eficiente sistema de transporte público de Tokio no permitía cubrir en menos de cuarenta minutos; unos treinta en el mejor de los casos. Sumando eso al tiempo que había tardado en salir de casa, no iba a llegar a la tienda hasta cosa de una hora desde la llamada.

Yumeko llevaba la metrópolis en la sangre, habiendo nacido en la prefectura y siendo hija de padre y madre tokiotas. Mas el hecho de haberse criado y movido siempre entre suburbios había mantenido apagada hasta hacía muy poco su consciencia urbana. Por eso, el hecho de trasladarse de la ciudad satélite de Mitaka al centro de la metrópolis la había situado de bruces en medio de un nuevo escenario cotidiano cuya magnitud la fascinaba a pesar de no haber aprendido aún a dominarlo del todo. Pero sobre todo, el cambio había supuesto para ella una experiencia enriquecedora a nivel personal, que le había permitido descubrir y abrirse a una infinidad de cosas nuevas, aunque pocos aspectos en su vida –menos de los que desearía– en el fondo hubieran cambiado.

Se tenía por una agnóstica acérrima. No le despertaba gran entusiasmo la idea de aquellos dioses fríos y desconocidos, que la gente solo recordaba cuando acudía a los templos en los días señalados para rogar por su favor. El Shintoísmo a lo largo de la historia había servido a Japón como base de una cultura y unos valores que causaban fascinación alrededor del mundo, pero también para entregar el pueblo durante siglos al servicio y adoración fanática de una estirpe de hijos de dioses que acabaron reconociéndose como simples reyes humanos. Lo peor es que ni siquiera tenía constancia de que las consecuencias negativas que había acarreado históricamente la religión para su país fueran peores que las de muchas otras confesiones alrededor del mundo. Sí, sentía un profundo y arraigado respeto por la religión, pero su creciente apatía en este y otros temas le había hecho perder cualquier atisbo de interés en la búsqueda de un camino espiritual, incluso cuando su madre, a quien en ocasiones tenía por la única persona sensata del mundo, la instaba a hallar el sentido de la vida con ella en el estudio de la Biblia que recientemente había emprendido con entusiasmo. En realidad se alegraba por ella al respecto, y en el fondo hasta la envidiaba.

El amor no era algo que le hubiera concedido muchas más alegrías. Había tenido un novio más o menos serio; un fanfarrón al que tuvo que soportar los dieciocho meses que tardó en dejarla por otra. Aún le costaba concebir la atroz indiferencia con que asumió aquel cambio en su vida cuando llegó. Por estas y otras cosas, Yumeko solía pensar que se hallaba navegando sin rumbo, sin saber en qué puerto quería atracar, o siquiera si había alguno en oferta para ella. El sinsentido y la falta de deleite de su vida en ocasiones la había sumido en una oscuridad de la que se llegó a temer que no saldría.

Tras hacer trasbordo en la Estación de Nagatachō, próxima a los jardines del Palacio Imperial y al Edificio de la Dieta de Japón, la línea Hanzomon la llevó hasta su destino final.
Oculto:
Shibuya, en el barrio tokiota del mismo nombre, era el principal y más célebre distrito de la ciudad en cuanto a actividad comercial y de ocio, además de ser tenido, junto al vecino Harajuku, por la meca de la moda juvenil en todo Japón y el resto del Extremo Oriente.

Yumeko abandonó la estación del distrito por la que era conocida como la plaza de Hachikō. Desde la salida, no tuvo que caminar más de cuarenta metros por la atestada plaza para llegar al borde del icónico cruce peatonal de Shibuya, el más concurrido de Tokio y, de hecho, del mundo. Al momento de alcanzar el paso de peatones, aún le era posible vislumbrar la calzada entre la muralla humana que esperaba ante ella, lo que indicaba sin discusión que hacía pocos segundos que los semáforos habían cortado el flujo de viandantes.

Yumeko se paró en pie junto a una mujer con dos niños, para que luego se unieran un par de estudiantes, un anciano, dos treintañeras de buen porte… y así hasta el infinito. Y su cabeza le iba a estallar. Dudaba que fuera a ser capaz de aguantar la jornada que tenía que pasar en la tienda, y se asustó al recordar que llevaba casi dieciocho horas sin comer. Al margen de eso, tenía la certeza de que si se quedaba ahí en pie mucho tiempo desfallecería. Por eso, sin pensárselo, buscó un hueco en el borde de un parterre que se encontraba a su izquierda, donde unas esculturas de niños pequeños desnudos jugaban sobre un mapamundi, unos metros antes del lugar donde se encontraba una famosa estatua dedicada al fiel perro Hachikō. Allí se sentó sin más, observando hipnótica cómo centenares de personas continuaban acumulándose muchos metros plaza adentro, hasta el punto en que no podía distinguirse quiénes estaban esperando para usar el cruce y quiénes simplemente se encontraban en la plaza.

Yumeko siempre disfrutaba y se enorgullecía de pasar por aquel sitio, al que no por nada tenía por el lugar más céntrico del planeta. Ante ella podía ver extenderse el ancho escenario del cruce, en ese momento transitado por inacabables procesiones de automóviles y camiones. Al otro lado, una cafetería de dos plantas de la cadena Starbucks lucía a través de sus cristaleras tan concurrida como cabía esperar por su localización. Una infinidad de carteles publicitarios, ensamblados a las fachadas de muchos centros comerciales, la bombardeaban desde todas las direcciones con anuncios de ropa, de electrónica, de bancos, de farmacéuticas… Al frente y a su derecha, varias pantallas gigantes reproducían anuncios o retransmitían programas de televisión. Una de ellas decía en titulares:

PÁNICO EN RACCOON - Reportados incidentes similares a los del supuesto reportaje en varias localidades de Europa y México. El Gobierno estadounidense guarda silencio al respecto.

Su malestar, el ruido del tumulto y el olor del tráfico martilleaban la cabeza de la muchacha incesantemente, pero eso le daba igual, pues se hallaba allí, en el centro del mundo, y lo cierto es que, en ese instante de adormecimiento que de pronto la invadía, aquello pesaba mucho más para ella que cualquier otra cosa. Los semáforos cortaron de pronto el tráfico en el cruce, y cientos de peatones invadieron a la vez la calzada para atravesarla en todas las direcciones.

Yumeko, inmóvil, creyó trascender el espacio y el tiempo, viendo abstraída pasar el mundo ante sus ojos.
Última edición por Mataformigues el 08 Jul 2017 13:22, editado 1 vez en total.
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Re: Shibuya - Parte 2/4

Mensaje por Cursed » 11 Abr 2016 17:57

Aunque soy más de acciones y argumentos dinámicos, tu estilo detallista me gusta. Transmites bien las sensaciones y pienso que estás llevando al personaje por buen camino.

Y por supuesto el gran misterio a resolver:
Oculto:
¿Cómo se infectará Yumeko? :twisted:

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Shibuya - Parte 3/4

Mensaje por Mataformigues » 12 Abr 2016 19:04

Cursed escribió:Aunque soy más de acciones y argumentos dinámicos, tu estilo detallista me gusta. Transmites bien las sensaciones y pienso que estás llevando al personaje por buen camino.

Y por supuesto el gran misterio a resolver:
Oculto:
¿Cómo se infectará Yumeko? :twisted:

Salu2 8)
xD Yo siempre he sido de escribir con un estilo bastante pausado; la acción en mis historias parece que se hace de rogar. Desde septiembre me he estado dedicando a escribir relatos cortos, de los que éste es el tercero (los otros dos también los tengo publicados en el foro), y claro, al cambiar al estilo de historia rápida los hechos tenían que sucederse a un mayor ritmo. Este es el primer relato corto que escribo que va despacito. xD Pero creo que eso tiene su lado bueno, ya que se compensa con un final intenso; es como si todo el relato fuera un preámbulo para anticiparte el final, que es a lo que se quería llegar. xD

Bueno, pues aquí dejo la tercera y penúltima parte; la más larga de todas, por cierto, aunque es casi igual que la primera. Como dije, a partir de aquí la idea ya no es seguir conociendo a Yumeko, así que vais a notar un giro en la historia cuanto menos llamativo (diciéndolo de la manera más suave que se me ocurre). xD Espero que os guste.



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Escena 3: Minato (港区)
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Oculto:
No sabía cómo iba a salirle la jugada, pero suponía que no tenía muchas más opciones, de modo que entró en la tienda decidida y repitiendo para sí las palabras que traía preparadas.

–Buenas tardes, Aomoto. Al final te has decidido a aparecer. –La señora Iida doblaba un jersey sobre un mostrador en mitad de la tienda. La joven, reconociendo el enfado de su superior, caminó hacia ella forzando un paso respetuoso, pero seguro.

Al encontrarse frente a frente, Yumeko agachó la mirada, cruzó sus manos y flexionó su cuerpo al frente en un practicado formalismo de disculpa.

–Le ruego que disculpe mi enorme retraso, señora Iida. No me encuentro muy bien esta tarde, pero le prometo que haré todo lo posible por rendir al máximo el resto de la jornada.

La mujer lanzó un suspiro antes de interrumpir su labor para mirar a Yumeko.

–Acabas de levantarte, ¿no es cierto? –Yumeko, aún con la mirada agachada, se agarró al asa de su bolso quedando completamente bloqueada.– ¿Creías que no lo había notado? Aomoto, no me malinterpretes, no quisiera parecer maleducada metiéndome donde no me incumbe. Pero también podría limitarme a aceptar tus disculpas, y sé que cualquier día me volverías a hacer lo mismo. –Yumeko agachó aún más la cabeza y cerró los ojos, avergonzada.– ¿No crees que ya tienes madurez suficiente para comportarte de manera más formal? No puedo ni imaginarme la noche que has debido de pasar como para estar así aún a las cinco de la tarde.

Con esas palabras, una vergüenza y una decepción desgarradoras invadieron a Yumeko. ¿Era esa la imagen que transmitía a los demás? ¿Incluso a las personas con las que trataba a diario? ¿Para eso se estaba esforzando tanto día tras día?

–Señora Iida –pronunció sin elevar la mirada–, me parece que se está…

Pensándolo bien, ya tenía suficientes problemas, y lo último que quería era empeorar las cosas innecesariamente. Lo mejor que podía hacer era resignarse y tragar, como hacía siempre; olvidarlo todo y ponerse a trabajar cuanto antes, y que el ejemplo hablara por ella. Al menos no parecía que la fueran a despedir, como se había temido; mejor conformarse con ello. Después de todo, ¿qué iba a hacer aparte del ridículo tratando de aclarar lo que ni ella misma podía explicarse?

–Aomoto, ¡no tenía ni idea! Espero que me disculpes… está claro que no debería haberte juzgado de esa manera. –Sin saber ni cómo, Yumeko se había acabado excusando, explicándole a grandes rasgos lo sucedido después de acostarse la noche anterior. Ni en la mejor de las situaciones habría esperado el radical cambio de actitud que la mujer mostró tras escuchar su cuestionable relato, pues había pasado en un momento de ser la ofendida a estar rogándole perdón con sus reverencias, a las que Yumeko respondía con inseguridad.– Deberías volver a casa; podrías habérmelo explicado por teléfono y te habrías ahorrado el viaje. Y haz el favor de ir a que te vean a Urgencias. De verdad que no tienes buena cara.

–De veras que se lo agradezco, señora Iida. –Su tono de voz confirmaba su sincero pesar.– No sabe cuánto siento fallarles un día como hoy…

–Ah, no te preocupes, no tienes la culpa. –A pesar de sus palabras, la expresión de la mujer denotaba cierto desasosiego.– Descuida, que entre yo y las chicas sacaremos el trabajo adelante.

–Entonces será mejor que me marche –respondió la muchacha cordialmente.

–Está bien. Que te mejores, Aomoto.

La joven se despidió y salió de la tienda para adentrarse en el ajetreado centro de Shibuya.
Oculto:
Yumeko se sintió súbitamente embriagada como por una suave fragancia de néctar de flores. Un delicioso hormigueo masajeaba las profundidades de su encéfalo. La extrema sensación de reposo le evocaba aquellas noches en que, cansada, se acostaba y relajaba sus músculos estirándolos con ansia, como tenía por costumbre hacer siempre que Kira se lo permitía.

Separó ligerísimamente sus párpados, tan solo por curiosidad, y sin tiempo de adaptar sus pupilas a la luz creyó ver a través de su flequillo algo semejante a un rostro gigantesco que la observaba. Debía de ser un sueño; un sueño extraño y aleatorio sin importancia. Volvió a cerrar los ojos, sintiendo una brisa tibia que la acariciaba suavemente.

Pasado poco tiempo, sorbió una bocanada de aire y se creyó capaz de reunir las fuerzas necesarias para salir al fin de su adormecimiento. De nuevo abrió los ojos, y no fue hasta entonces que pudo tomar consciencia de su postura. Cualquier situación le habría resultado aceptable, por inverosímil que fuera, pues, cuando no podía verse, tanto le daba estar en pie en la escalera de su casa, tumbada boca abajo en un baño de su antiguo colegio de Mitaka o enterrada varios metros bajo las rocas de algún rompeolas. Pero teniendo los ojos abiertos, resultó ser que no estaba de pie, ni tumbada ni enterrada, sino sentada sobre algo similar a una barra de superficie fría y lisa. Yumeko elevó la mirada descubriendo ante sí un lugar extraño. Contrariamente a lo que había esperado, aquel rostro de expresión tosca y mirada vacía que creía haber visto antes acechándola continuaba estando allí. Calculó que debía de ser mucho más alto que una persona, de seguro de piedra, dado su color grisáceo y su textura porosa. Yumeko miró en derredor, descubriendo un pequeño jardín, más bien un parterre, poblado de cañas de bambú y otras plantas que rodeaban la efigie. La visión le evocaba la estampa de alguna isla salvaje perdida en la inmensidad del pacífico.

La joven volvió a fijarse entonces en el artefacto que la sostenía, y no se extrañó al comprobar que se trataba de un banco, que de pronto se le antojaba incómodo, formado por un par de tubos metálicos en los que a duras penas podía alguien apoyarse. Sin más llegó el impostergable momento de empezar a preguntarse qué significado tenía todo eso: por qué se encontraba en medio de aquel paraje exótico; porque eso es al menos lo que parecía, aunque ella sabía que no era del todo verdad. Sí, estaba sentada, pero no ahí; era extraño pero cierto. Recordaba haberse sentado antes en otro lugar y no haber hecho nada más desde entonces, de modo que parecía imposible que se encontrara ahí. Era algo así como despertarse de un sueño sin poder recordarlo, solo que sabía que ese sueño era realidad, y tener esa certeza la contrariaba.

La chica se deslizó sobre el precario asiento hasta caer al pavimento. Estaba en una esquina entre dos enormes paredes, blanquecinas y repletas de ventanas y cristaleras. Sin lugar a dudas era un edificio.

En un golpe de memoria, Yumeko reconoció al fin el lugar: estaba en una placita al suroeste de la Estación de Shibuya. En varias ocasiones había pasado por ahí, pero esa era la primera vez que se paraba; de hecho, no era un lugar que le gustara demasiado; mucho menos que la cercana plaza de Hachikō. Nada especial, de no ser porque aquello no hizo más que confirmarle que ese no era el lugar donde debería estar. Así es que Yumeko tomó una determinación, y decidió partir en busca de dondequiera que estuviera el sitio en que debería encontrarse en ese momento.

Yumeko empezó su búsqueda bordeando por la izquierda aquella escultura, conocida como Moyai, una imitación de los conocidos Moais de la isla de Pascua que servía de punto de reunión para muchos jóvenes en Shibuya. Tras dar la vuelta al parterre, descubrió la segunda cara de la estatua, de rasgos igualmente toscos, pero más jóvenes y afeminados que la que había estado a su vista hasta entonces. Sin pararse a admirarla, continuó caminando por la acera por lo menos ochenta metros, hasta alcanzar una avenida sobre la que, elevada, discurría entre los edificios paralelamente la autopista intraurbana de la Ruta 3 de Tokio. Allí miró a izquierda y derecha, y de algún modo tuvo la sensación que ese no era el camino correcto.

Deshaciendo unos pasos, subió por unas escaleras a un puente peatonal, y atravesó la calle en la que se encontraba pasando sobre la estación de autobuses de Shibuya. Desde esa altura podía entreverse el famoso cruce que llevaba el nombre antonomástico del distrito, y el ruido del tráfico de la ciudad se hacía particularmente audible. Yumeko bajó del puente por una escalera a mano derecha, alejándose de la autopista, y tomó la primera calle a la izquierda para caminar una manzana antes de girar de nuevo a la derecha. Siguió avanzando por ese camino, sumida en el más extremo caos urbano, pasando bajo las vías de una línea de tren que penetraban y atravesaban por en medio el gigantesco Shibuya Mark City. Saliendo de allí, en unas pocas manzanas, alcanzó al fin una calle que le era familiar. Se encontraba ya cruzándola por el primer semáforo que encontró en ella, sin saber aún hasta dónde quería llegar, cuando un recuerdo espontáneo la sorprendió al ver a poca distancia el escaparate de la tienda de ropa donde trabajaba. ¿Había estado allí hacía poco? Pensó en acercarse a averiguarlo, pero en seguida comenzó a dudar también de la veracidad de ese recuerdo. En lugar de acercarse, echó un vistazo a su derecha, donde se encontraba a poca distancia un conocido centro comercial por departamentos. Decidió que seguiría por allí, convencida finalmente de que la tienda de ropa no era el lugar que andaba buscando.

Al acabar de cruzar la calle, la muchacha caminó por la acera hasta llegar a la esquina del Shibuya 109, por excelencia el centro de referencia de la moda para las veinteañeras de Tokio. El edificio culminaba en una pronunciada esquina con una característica torre cilíndrica, como baluarte en la confluencia de dos importantes calles a escasos metros del cruce de Shibuya. Desde la esquina, podía verse el interior del centro comercial a través de su entrada principal.

Yumeko continuaba dándole vueltas a su problema de posicionamiento, cuando, elevando la mirada, dio unos pasos atrás para alejarse cuanto pudo de la torre a fin de vislumbrar mejor la cumbre del edificio. De pronto recordó la única vez en su vida que había entrado allí, con su amiga Umi, el día que fue para comprarse unos vestidos para el trabajo. Al acabar las compras, ambas subieron a tomar un helado a un restaurante de la octava planta del edificio. Desde allí arriba, las vistas de la ciudad eran fabulosas. Eso significaba que, si subía a echar un vistazo, tal vez podría encontrar al fin el lugar que estaba buscando. Y sin cuestionarse lo absurdo de ello, imaginó que desde el ventanal podría verse a sí misma, sentada a lo lejos en algún lugar de la ciudad.

Sin pensárselo más, bajó la vista y caminó decidida hacia la entrada.
Oculto:
Atravesando las puertas, Yumeko se halló en el vestíbulo circular, ubicado en la planta baja de la torre, desde el que se podía acceder directamente a la planta baja del centro comercial o, mediante los ascensores, a los demás pisos del edificio. Nada más entrar, lo primero que le llamó la atención fue no ver a los empleados de uniforme que hacían guardia allí mismo la última vez que estuvo.

Yumeko caminó hacia el centro del vestíbulo, donde giró sobre sí misma hasta localizar los ascensores. En seguida se acercó a una pareja de ellos, donde pulsó uno de los botones de llamada y esperó hasta que se abrieron las puertas de una de las máquinas. Si no recordaba mal, tenía que ir al octavo piso. Pulsó el botón con el número 8.

Durante el ascenso, Yumeko se entretuvo mirando el texto en ruso de un cartel con el directorio de plantas traducido a varios idiomas. También observó su reflejo en el espejo del habitáculo, percatándose de algo que la dejó un tanto desconcertada: iba perfectamente ataviada con su vestido azul de lunares y franjas negras, el cuál solo utilizaba para el trabajo. Tan preocupada había estado por descubrir cuál era el lugar donde se había quedado bloqueada que ni siquiera se había preguntado qué había estado haciendo hasta aquel momento. Por lo visto, debía de estar camino del trabajo. Y sin embargo, como un flash, el recuerdo de la visita a la tienda volvió a acudir a ella, esta vez un poco más lúcido. Había hablado con la señora Iida, y ella la había enviado a casa. ¿Por qué? ¿Acaso la había despedido? Y de repente, la cuestión había dejado de ser solo dónde se suponía que estaba sentada, para también preguntarse cuándo era que se había sentado. ¿Antes de ir a la tienda, o después? Y de ser antes, ¿por qué recordaba haber estado en la tienda? Y en cualquiera de los casos, ¿qué hacía sentada? Y más allá de eso, ¿por qué estaba allí pero a la vez no? ¿Por qué se había despertado frente a una cabeza gigante, y había caminado por las calles –desiertas– de la ciudad, y había llegado hasta ese ascensor donde estaba haciéndose esas ridículas preguntas? ¿A dónde iba a ir a parar?

El ascensor se detuvo en el quinto piso, tres plantas antes de su destino. Tan pronto como las puertas se abrieron, una palabra brilló en la mente de Yumeko: desierto. No había nadie esperando al ascensor en esa planta. No es que fuera nada extraño, como no hay nada extraño en que alguien llame al ascensor y después no lo use. Pero el hecho banal de no encontrar a nadie allí le hizo percatarse de algo. Algo que, más allá de sorprenderla, la asustó. Yumeko, nerviosa, se apresuró a pulsar de nuevo el botón del octavo piso para que la puerta se cerrase cuanto antes.

Lo que la había asustado fue el darse cuenta de algo que se le antojaba tan ridículo como cierto: no se había cruzado con nadie desde que despertó en la plaza. Todas las calles por las que había pasado estaban desiertas. Los guardias no estaban en la entrada del edificio porque, de hecho, la planta baja aparecía vacía. Y cierto era que había oído el sonido de los vehículos circulando por la autopista elevada, pero, ¿acaso había visto alguno de ellos? Había recorrido centenares de metros de vía pública entre la plaza del Moyai y ese ascensor, situada en el lugar de mayor densidad de viandantes del país, y en ningún momento había notado que todo el tiempo estaba completamente sola. De pronto, tan solo parecía reconfortarla el recuerdo de la señora Iida, la única persona presente en aquella ajetreada tienda que, sin embargo, en su memoria aparecía vacía de clientes.

La puerta del ascensor volvió a abrirse, así que Yumeko, al borde de la claustrofobia, salió de él sin pensárselo y caminó deprisa hacia la salida de la sala circular de los ascensores. Cuál fue su sorpresa al encontrarse allí ante algo diametralmente opuesto a lo que se esperaría del piso octavo del edificio. Atravesando sus puertas de acceso, una planta entera con las luces apagadas y las tiendas cerradas se abría ante ella como un tenebroso y profundo abismo de oscuridad. Y junto a él, y con la misma fuerza, hizo presencia la más siniestra de las revelaciones.

La señora Iida tampoco estaba en la tienda.

Yumeko dio media vuelta para correr hacia el ascensor, y pulsó el botón de llamada angustiada mientras la puerta ya se cerraba, convencida de repente de haber visto una garra monstruosa a punto de salir del abismo para llevársela.

Cuando consiguió acceder al habitáculo, presa del pánico y solo pensando ya en olvidarlo todo y escapar, buscó y oprimió repetidas veces el botón de la planta baja, a la vez que la horrible visión de la sala circular de los ascensores se inundaba de tinieblas y hacía erizarse hasta el último vello de su cuerpo.

La señora Iida no estaba en la tienda. ¡Aquello no era Iida!

Yumeko se pegó a una esquina del elevador e intentó taparse la cara y los oídos con sus manos al mismo tiempo. Su mente convulsionaba, regurgitaba sensaciones ficticias y vomitaba conclusiones y recuerdos absurdos, como el de algo asqueroso queriendo atraparla: su presencia en la planta a oscuras, su figura amorfa, colosal, su piel amarillenta y sin orificios cubriéndolo entero, y el efecto sísmico de sus monstruosas zancadas al correr hacia ella; incluso podía oler el aliento pútrido expelido por sus poros que la envolvía cuando trataba de escapar. Sentada en posición fetal, Yumeko profirió un angustiado gemido que se alargó hasta convertirse en un alarido de terror a medida que las puertas se cerraban y la rendija que comunicaba el ascensor con la sala se estrechaba hasta desaparecer.

La última vez que las puertas del ascensor se abrieron, el panel de la pared indicaba que se había alcanzado el octavo piso. Para entonces, Yumeko seguía resguardada en su esquina, desde donde miró con recelo la luminosa sala de la que, como si más allá de ella la vida continuara su curso civilizado, provenía una animada y comercial melodía J-pop que parecía burlarse de ella. Para su asombro, aparecieron dos chicas veinteañeras –las primeras personas que veía en mucho tiempo–, cargadas ambas con varias bolsas de plástico, dialogando y riendo tranquilas hasta que la encontraron agazapada, momento en el que se miraron una a otra y cuchichearon algo.

Confusa e insegura, Yumeko salió del ascensor, permitiendo el paso a las clientas. Su desaliñada figura se reflejaba en un gran espejo tintado de la sala. Debía relajarse. Ya se había acabado. No tendría que volver a usar el ascensor: bajaría por las escaleras, sí, procurando mantenesre siempre cerca de algún grupo de personas, en un centro comercial lleno de bullicio y tarjetas de crédito y gente ociosa que compra complementos y ropa cara. ¿Qué había que temer de un escenario como ese? Saldría a la calle y regresaría a casa tranquila; ya le daba igual cuál fuera el lugar que había estado buscando, pues todo había vuelto a la normalidad, o eso quería creer con todo su ímpetu.

Yumeko, aún parada ante el espejo, vio en el reflejo cómo las puertas del ascensor se ponían en movimiento, cerrándose tras ella. Las voces de las clientas se atenuaron. Y llegado ese punto, como un espejismo, todo se desvaneció.

Al contacto de las puertas, una ráfaga de viento –no corriente, no: viento– pareció salir a presión entre ambas hojas, revolviendo sus cabellos y la falda de su vestido. De inmediato se volteó, y en ese instante el tiempo se congeló y vio el mundo consumirse como lo haría al arder un fino papel de fumar. Las puertas del ascensor de pronto se desvanecieron y el color de las paredes palideció. El techo se tornó en la bóveda celeste, los fluorescentes en lenguas de fuego del sol de Poniente, la música comercial en el helado silbido del viento, y el hueco del ascensor en una imponente panorámica de la ciudad.
Oculto:
Erguida en el barrio de Minato, con trescientos treinta y tres metros de altura, la inconfundible perspectiva que aquel lugar ofrecía de la metrópolis hizo reconocer a Yumeko en seguida que se encontraba en la Torre de Tokio. Porque, sí, por obra de algún prodigio se había teletransportado hasta allí, o el lugar se había desplazado hasta ella, o cualquier otra cosa equivalente.

En cuanto pudo volver a moverse, una vez más trató de aliviarse con la idea de un sueño, extraño y aleatorio, pero en esa ocasión no logró engañarse a sí misma. Estaba más despierta que nunca, y el miedo que la paralizaba era real, lo más real que le había pasado en horas, o quizás minutos. Como también era real aquella voz, su propia voz, que hablaba dentro de su cabeza. ¿Estaba oyendo a su conciencia?

¿Qué tienes, Yumeko?

No sabía qué clase de saliente de la estructura estaba pisando, pero desde luego no se encontraba en un mirador, ni en ningún lugar seguro al que pudiera estar permitido el acceso sin cables de seguridad. Desde allí no podía hacer mucho por ver más que el techo de la ciudad bajo ella, y entre ella y los edificios, tan solo el vacío; un enorme vacío que parecía reclamarla, como la Tierra reclama cualquier cosa que intenta erguirse sobre ella.

¿Qué tienes, Yumeko? –repitió la voz de su cabeza.

–¡Quiero bajar de aquí!

El aire le enfriaba las mejillas humedecidas por sus lágrimas. Extendiendo los brazos, y mecida por el viento, se tambaleaba sin atreverse a mover sus pies, sin forma de saber si algo tan simple como dar un paso atrás la pondría a salvo, o acaso la precipitaría al vacío. Se sentía ridícula. Todo era ridículo. ¿Qué estaba haciendo allí? ¡Acababa de clamar por ayuda a un duende! ¿Qué cadena de acontecimientos podían haberla acabado llevando hasta esa inverosímil situación?

¿Y a dónde quieres ir?

La voz le había respondido, para más inri. Estaba viva, era inteligente. La escuchaba y podía entenderla.

–Adonde sea, por favor. ¡Bájame de aquí!

La voz se tornó de pronto ruda, áspera. Ya apenas se parecía a la suya.

¡No has entendido nada! Dime a dónde quieres ir.

Era cierto que no entendía nada. Nada de lo que estaba pasando tenía el más mínimo sentido. Quiso cerrar los ojos con fuerza para volver a abrirlos y encontrarse de nuevo en el piso octavo de los grandes almacenes, o tal vez de regreso a donde debería estar sentada, o, mejor aún, acostada en su cama con la almohada empapada y las sábanas deshechas, preguntándose si esos delirios nocturnos eran señal de que se estaba volviendo loca. Pero, nada más lejos, allí seguía ella, coronando la cima del mundo –el suyo–.

Aceptando esa realidad, Yumeko decidió que sería prudente tratar de darle al duende alguna respuesta; tal vez lograría con ello al menos salir de su bloqueo, si no solventar la situación crítica en que se encontraba. Desde su ángulo, podía ver extenderse la ciudad tierra adentro, hacia la extensa y superpoblada llanura de Kantō. La bahía no le era visible, y ni se le pasaba por la cabeza siquiera intentar moverse para visualizarla. Su casa, por tanto, no podía verse desde su allí; eso estaba descartado. Tampoco iba a ser fácil encontrarse a sí misma sentada en algún lugar de la ciudad; tal vez fuera posible desde los binoculares que había en los miradores la torre, pero éstos se encontraban fuera de su alcance. Solo le quedaba una opción, así que se esforzó por buscar el centro de Shibuya, el último lugar en que había estado.

Mucho más fácil le sería encontrarlo en pleno día, cuando los rascacielos en la distancia eran fácilmente reconocibles, o bien en plena noche, cuando las luces del distrito brillaban como una constelación en mitad de la extensión terrenal. Pero a aquellas horas, con el Sol poniéndose tras el monte Fuji, ni los astros ni el mercurio incandescente brillaban bastante para su propósito. Yumeko tenía que pensar. Estaba mirando al oeste. El parque Yoyogi se encontraba en aquella dirección. Visto desde arriba, parecía una masa glutinosa y corrosiva, formada de copas de árboles, que hubiera caído allí por accidente y hubiera disuelto un pedazo de la ciudad.

Cuando Yumeko hubo encontrado dicho parque, supo qué debía hacer a continuación. El distrito de Shibuya se encontraba justo al sur de allí. Yumeko barrió la ciudad con la vista desde el extremo meridional del parque en dirección a la izquierda, buscando cualquier cosa que le resultara reconocible. En seguida la encontró.

¡El Shibuya Hikarie! –pensó.

Con cuarenta y tres plantas, y ciento ochenta metros de altura, el rascacielos Shibuya Hikarie, situado junto a la estación del distrito, era el mejor marcador de posición de Shibuya. Yumeko reconoció en seguida la particular forma de ese edificio junto al que pasaba casi a diario. Con sumo cuidado para no perder el equilibrio, la joven extendió su brazo para señalar su objetivo en la distancia.

–¡Allí! ¡Por favor, llévame allí!

Yumeko guardó silencio, respirando agitadamente con el brazo aún extendido, esperando que el fantasma respondiera. Esperó cinco segundos. Diez segundos. ¿Por qué no hablaba?

Se te ha acabado el tiempo.

Como si sus mismas palabras lo provocaran, un seísmo hizo crujir el saliente de metal que separaba a Yumeko del abismo.

–¡Por favor! ¡Por favor, te lo ruego! –gritó forzada a acuclillarse, tratando de agarrarse con las manos al borde que la sostenía–. ¡Ayúdame! ¡No me hagas esto! ¡No me dejes morir!

Lo siento, Yumeko. Tu búsqueda ya ha fracasado.

Con esta sentencia, el suelo cedió a sus pies. Y cuando ya no había para ella salvación posible, y las anaranjadas faldas de la Torre de Tokio aceleraban al fatal encuentro con ella, de repente todo dejó de ser raro; la verdad y el sentido de su odisea simplemente se le revelaron, sin mediación de proceso lógico de razonamiento alguno. Y es que aquel sitio que había andado buscando todo el tiempo no era sino una metáfora del oculto propósito de su vida vacía, acaso el lugar que debía ocupar en ella. De ese modo, la plaza del Moyai suponía el punto de partida: su inquietud por hallarse perdida en mitad de un mundo raro, y su firme decisión de emprender aquella búsqueda. El ascensor era el claro reflejo de la vida errática y sin rumbo que llevaba. La soledad y la Torre de Tokio servían para recordarle que solo ella poseía las riendas de su vida –su mundo–, y que no había nadie que pudiera tomarlas en su lugar. La tienda materializaba las inquietudes cotidianas que la distraían de su objetivo, y la cosa repugnante que la perseguía en la planta a oscuras, todas esas otras cosas repugnantes de las que huía en la vida real.

Pero su conciencia, su propia voz, se había pronunciado aquel día para darle un triste mensaje respecto a todo aquello: el término de su existencia la había alcanzado desprevenida, y su búsqueda había resultado infructuosa. La vida ya no le deparaba más tiempo para completarla.

Aquel último y breve pensamiento ocupó su mente durante el instante en que hasta el último de sus huesos estaba siendo triturado contra el pavimento.


Creo que esta escena debe entenderse como un paréntesis bizarro en mitad de la historia, que al final cobrará sentido. Prepararos, porque se viene el final apoteósico. xD Se agradecen comentarios, halagos, insultos, SPAM...
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Re: Shibuya - Parte 3/4

Mensaje por Cursed » 13 Abr 2016 00:54

Me sigue gustando pero la verdad es que este capítulo me ha dejado perdidísimo #-o

¿Qué parte es real y qué parte es una ensoñación? Tras este episodio ya no lo distingo, lo que está bien porque me hace esperar con ansia la conclusión.

De nuevo las descripciones de lugares, personajes y sentimientos, muy conseguidas.

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Re: Shibuya - Parte 3/4

Mensaje por Mataformigues » 13 Abr 2016 16:47

Cursed escribió:Me sigue gustando pero la verdad es que este capítulo me ha dejado perdidísimo #-o

¿Qué parte es real y qué parte es una ensoñación? Tras este episodio ya no lo distingo, lo que está bien porque me hace esperar con ansia la conclusión.

De nuevo las descripciones de lugares, personajes y sentimientos, muy conseguidas.

Salu2 8)
Oculto:
El capítulo ya es algo chocante de por sí, pero diría que lo que lo hace excesivamente confuso es la escena de la tienda. Porque, si me hubiera ahorrado esa escena, estaría basante claro que el capítulo entero es una paranoia/alucinación. Pero, claro, la escena de la tienda es verosímil, parece real, pero luego Yumeko empieza a emparanoiarse con ella también cuando la recuerda, de modo que no queda claro dónde termina lo real y empieza lo irreal.

A mí me parece que nada más leer el principio de la Escena 4, se sale de dudas en cuanto a todo esto. Puede que quieras esperar a leerlo, pero por si quieres que te lo aclare ya, aquí te dejo la respuesta; no tiene spoilers de la Escena 4 ni nada:

[ Toda la Escena 3 es un delirio, incluida la parte de la tienda. ]

Me gustaría comentar un poco más a qué viene este extraño capítulo, pero debería meterme ya en spoilers. xD Aunque la verdad es que no me parece que sea difícil imaginárselo.
Gracias como siempre por el comentario; tengo ganas de ver tu opinión una vez que acabes de leerlo. :D

Bueno, voy a esperar un poco más y luego subiré la última parte (que es la más corta de todas con diferencia :(). xD Tampoco quiero levantar demasiadas expectativas respecto al final, pero a mí me gusta cómo ha quedado. :3 La noche que lo escribí tuve pesadillas con él, literal. Ahí lo dejo. xD
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Re: Shibuya - Parte 3/4

Mensaje por Cursed » 13 Abr 2016 17:28

Me imaginaba que sería algo así, pero como comentas...
Oculto:
La parte de la tienda es tan verosimil que parece como si en algún momento del capítulo la realidad se volviese delirio :mrgreen:
Más foreros deberían leer este Fan-Fic, está francamente bien.


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Shibuya - Parte 4/4

Mensaje por Mataformigues » 15 Abr 2016 01:19

Por fin os dejo la última parte del relato, que vista aquí parece más corta de lo que me imaginaba. xD Podría haberla subido antes, pero he querido retocar una cosilla de última hora. Aprovecho para anunciar que posiblemente mañana suba un material extra que creí conveniente producir el otro día.

Por cierto, os ruego que disculpéis el epílogo. La culpa es de Anderson, no mía. (Os recomiendo leer el epílogo con esta ambientación de fondo.)



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Escena 4: Shibuya (渋谷区)
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Oculto:
Cuando Yumeko volvió a la vida, se halló a sí misma sentada sobre el borde de un parterre en la plaza de Hachikō, junto al cruce de Shibuya. Poco importaba que al fin hubiera vuelto a la realidad, pues como su madre le había dicho en una ocasión, no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol, el lugar adonde iba de cabeza si es que no se hallaba ya en él, pues el hambre iba a matarla.

Yumeko se puso en pie con la gracia de un trapecista, y como trapecista sobre la cuerda floja dio unos cuantos pasos torpes por la plaza. Se había hecho de noche, y llovía con fuerza, pero aquello ya poco podía importarle. De pronto se encontraba rodeada de cuerpos humanos, decenas, centenares. Sombras para ella.

Yumeko caminó entre la gente hasta que chocó con uno de ellos. El individuo se giró instintivamente hacia ella al sentir su contacto, pero no le hizo más caso. Tras permanecer unos segundos allí parada, giró a su izquierda sin razón alguna, y desde ese punto volvió a ponerse en marcha, esta vez en dirección al interior del cruce.

Paso tras paso llegó a plantarse en el límite de la acera, y desde allí un paso como otro cualquiera la dejó situada sobre la calzada. Al momento, un vehículo pasó zumbando unos metros a su frente, mas ella, sin perder su lento pero constante ritmo, dio el siguiente paso.

Una motocicleta; otro paso. Alguien a sus espaldas pareció gritar algo, o tal vez nada. Tres pasos más, y un autobús y una furgoneta pasaron seguidos esquivándola. La turbulencia que provocaron agitó los cabellos empapados de la chica, quien vaciló un instante antes de avanzar un último paso.

En ese punto del recorrido, algo suficientemente molesto sucedió como para conseguir interrumpir su progreso. Yumeko se volteó a su derecha, donde un coche detenido a medio metro de ella le dedicaba un bocinazo, lo bastante largo e intenso como para hacerle daño en el cerebro. Una mujer se bajaba del vehículo y caminaba hacia ella, a la vez que un peatón abandonaba la acera para aventurarse cruce adentro. Los dos individuos se acercaron a ella, vocalizaron algo, extendieron un paraguas sobre su cabeza. Un paraguas rojo y blanco. Ella tan solo miraba abstraída al vacío, ajena a las intenciones de aquellos dos seres, y al atasco que se estaba formando a su costa. Concluyó que ese sitio no le gustaba en absoluto, si es que acaso podía procesar conclusión alguna hallándose en su estado. Por eso decidió ingnorarlos, y continuar sin más su camino adentrándose de nuevo en el aguacero.

Yumeko no había avanzado mucho más sobre el paso de cebra, cuando una fuerza inescrutable puso de acuerdo a los cenenares de personas que llenaban la aceras para ponerse en marcha e inundar a la vez la calzada. Eran rápidos, más que ella, de modo que no tardaron en alcanzarla, marchando cada uno en su dirección, cada uno a lo suyo. Como escudos y lanzas de una batalla medieval, sus paraguas chocaban unos con otros a su paso, arrojando en derredor un sinnúmero de gotitas de agua, que se sumaban a las que incesantemente continuaban cayendo del cielo. Por mucho que los observaba, no lograba inferir nada de ellos; seguían sin ser más que sombras a las que no podía hacer otra cosa que ignorar. Sin labor que ejecutar, ni un lugar adonde ir, Yumeko se detuvo, y posó su mirada perdida allí por donde, sin ella saberlo, debía de erigirse el monte Fuji, más allá de transeúntes, vehículos, edificios y anuncios luminosos. Su estómago volvía a retorcerse sin piedad, y ella no pareció alterarse cuando, al poco de detenerse, alguien se topó contra ella. La inercia del impacto inclinó su cuerpo hacia un lado, muy despacio, como a cámara lenta, obligándola a alzar su pierna opuesta para equilibrarse. Tras permanecer un instante estática en esa postura, como un muñeco Daruma, la gravedad la devolvió a su posición inicial, donde sin inmutarse bajó la mirada para quedar abstraída observando el asfalto en una pose inerte.

Apenas podía sentir en su entumecida piel la leve caricia de la lluvia que la envolvía como una cascada. El agua encharcaba el pavimento, regado por los chorros que descendían por sus medias hasta los tacones. Su vestido se había calado, empapándole toda la piel con un flujo constante que había menguado su temperatura corporal muy por debajo de lo compatible con la vida. Sus cabellos se agrupaban por la humedad en mechones que se aferraban a su frente.

De pronto, algo sacó a Yumeko de su letargo. De nuevo percibía aquel perfume, el extraño néctar que, lejos del alcance de su memoria, la había embriagado un tiempo atrás, en aquel tiempo más próximo a su vida anterior que a la de ahora. El viento a sus espaldas le brindaba de pronto un delicioso aroma que hacía rabiar a su estómago quejumbroso. Yumeko irguió muy lentamente su cabeza, a la vez que se volvía en pos de aquella llamada. En cuanto lo vio, supo que se trataba de él.

Una figura resplandeciente se movía entre todas las demás.

Lejos de ser una sombra apagada como las otras, aquella irradiaba una intensa luz, un cálido y deleitoso fuego que casi podía sentir abrasando su piel helada aún desde la distancia. Los vidriosos ojos de Yumeko se toparon con los de aquel hombre que caminaba al encuentro con ella. Se trataba de una sencilla cuestión de instinto: tenía hambre, mucha. Veintidós horas, una muerte, dos vidas: demasiado tiempo hacía que no probaba bocado. Y sin embargo, ahí se encontraba aquella apetitosa delicia rebosante de energía, de orden, de vida. Se dirigía al alcance de su mortecina mano, libre para ser mascada, para poder picarla con sus muelas, para sentir su deliciosa humedad empañando su paladar y escurriéndose esófago abajo hasta tapar el enorme agujero que desolaba su vientre… y quizás paliar la plaga de corrupción y entropía que sentía extendiéndose a través de sus células. Yumeko lo deseó. Lo deseó más de lo que había deseado nada en todos los días que había caminado sobre la faz de la Tierra.

En un instante, Shibuya devino en escenario de una repugnante orgía de sangre y muerte.

Después sus luces se apagaron para siempre.


Epílogo
Oculto:
A pocos kilómetros de la península de Kamchatka, unos focos cegadores se encendían en el techo de una gigantesca cúpula sumergida bajo el helado mar de Bering. El cuerpo inerte de Yumeko, con un orificio de bala atravesándole la frente, yacía en mitad de una recreación a escala real del cruce de Shibuya y su periferia. Alrededor de ella, el asfalto del simulado cruce apenas era visible bajo el manto de cadáveres que lo cubría: devorados, mutilados o tiroteados.

Poco tiempo después de que la luz inundara la cúpula, un enorme camión apareció en el escenario, distinguido con el logotipo de un paraguas y el texto «Рециркуляция бригада». El vehículo se abrió paso lentamente en la carnicería, valiéndose de una enorme pala ensamblada en su morro, hasta detenerse al alcanzar el centro del cruce. Varias puertas del vehículo se abrieron entonces, dejando paso a una escuadrilla uniformada de paramilitares. Los soldados se desplegaron coordinadamente, y comenzaron a abrir fuego con sus fusiles semiautomáticos contra las pocas criaturas que aún quedaban en pie, ya fueran vivas o muertas, así como a las que a duras penas se arrastraban por el suelo. A la avanzadilla la siguió poco después otro grupo de individuos, vestidos con unos monos blancos que cubrían sus cuerpos de arriba a abajo. Pasaron varios minutos de trabajo, cuando uno de estos últimos hizo un gesto a un compañero, quien se acercó y le ayudó a levantar del suelo el cuerpo de Yumeko. Como si de una recolección de basura se tratase, los individuos arrastraron el bulto hasta el camión, y allí lo lanzaron a su interior, sobre un pila de otros cuerpos en descomposición que en poco tiempo creció hasta dejar el de Yumeko sepultado.

Aproximadamente una hora después, en una nave situada en otra ala del complejo, el mismo camión blanco con el logotipo del paraguas y el texto en ruso volcaba el contenido de su tráiler en una profunda cavidad ortogonal vacía. Una compuerta hermética selló la cavidad una vez llena, justo antes de que un líquido de aspecto acuoso comenzara a inundarla como una piscina, haciendo flotar el cadáver de Yumeko en medio de una macabra sopa de cuerpos sin vida. Con esto dio comienzo un largo tratamiento bioquímico, que primero convirtió la piel de la muchacha en una sustancia grasa inconsistente y pegajosa, luego disolvió lentamente sus músculos y sus órganos, y finalmente separó los huesos y los cartílagos de su esqueleto. Una vez terminado el proceso, los tejidos blandos de Yumeko, mezclados con los del resto de cadáveres en la forma de un puré celular sanguinolento, evacuaron la cámara filtrándose entre los restos de ropa, cabello y material óseo, para ir a parar a una segunda cámara, de menor tamaño, donde un tratamiento vírico los reconfiguró para devolverlos a su estado original de células madre.

Varios días más tarde, en otra sala de la misma ala del complejo, una bombona llena de una sustancia viscosa proveía de material celular reciclado a un cuerpo humano idéntico al de Yumeko en proceso avanzado de incubación. A medida que maduraba, un sistema de neuroestimuladores moldeaba el cerebro virgen de aquel ser humano, implantando en su mente somnolienta recuerdos básicos de una vida pasada inexistente.


Gracias por leer.
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Shibuya - Dossier extra

Mensaje por Mataformigues » 16 Abr 2016 19:43

No sé si esto que voy a publicar es remotamente necesario, pero me puse a hacerlo el martes porque tenía mono de escribir, así que no pierdo nada con ponerlo aquí, aunque nadie vaya a tener los huevos de leerlo. xD Sé al menos que a una amiga que lo leyó le ha sido útil. Es un pequeño análisis del relato que trata de buscar la respuesta a cierta cuestión que éste deja abierta, cosa que entiendo que puede ser considerada un error importante para los lectores. Por supuesto, está lleno de arriba a abajo de spoilers (hasta en el título), así que no lo abráis si no habéis acabado de leer el relato.

P.D.: Sí, el dossier habla del autor de Shibuya en tercera persona. xD No es por nada; es que si no lo hacía así, no quedaba muy profesional. :P




Anexo: Dossier extra
Oculto:
SHIBUYA - Dossier extra: ¿Cómo se infecta Yumeko?



Introducción

El relato Shibuya inventa un trasfondo para la protagonista no-muerta de la escena de los títulos de crédito de Resident Evil Afterlife (Ultratumba/La Resurrección, en España e Hispanoamérica) –interpretada por la actriz Mika Nakashima y mencionada en los créditos de la película como "J Pop Girl"–, narrando lo que podrían haber sido sus últimas veinicuatro horas de vida.

De entrada, quien se disponga a leer este relato sabiendo de qué trata, probablemente espere entre otras cosas, y como algo de especial importancia, que el mismo dé una respuesta a la cuestión de cómo y cuándo se infecta la protagonista –en adelante referida por el nombre que se le ha concedido en el relato: Yumeko–, cosa que no se da a saber en las películas. Mas lo cierto es que, independientemente de que se considere un error o un acierto, el autor de Shibuya no cumple con las expectativas abordando con claridad el tema. Queda entonces abierta a interpretaciones la solución a este importante asunto. El presente dossier analiza el relato para hacer y ponderar varias propuestas al respecto, aunque en su conclusión seguirá sin existir una versión "oficial".



¿Cuándo se infecta Yumeko?

Ya que es difícil dilucidar de qué forma llega a infectarse Yumeko, una primera pregunta que podríamos hacernos es cuándo se infecta: a qué altura del relato podemos afirmar sin equivocarnos que ya está infectada.

A lo largo de la Escena 1, vemos a Yumeko actuar con normalidad: se encuentra bien, lúcida, tiene apetito. En cambio, notamos nada más empezar la Escena 2 que algo extraño le está sucediendo. Ha pasado durmiendo dieciséis horas seguidas, cosa que es extraña de por sí, y ella misma se muestra extrañada al respecto:

A las doce de la noche ya estaba acostada. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Dieciséis horas? ¿Del tirón? Jamás le había ocurrido algo semejante.

Esto se debe sumar a los síntomas de enfermedad que Yumeko comienza a sentir desde el mismo momento en que se levanta de la cama, y que se prolongan a lo largo de toda la Escena 2:

Yumeko terminó la llamada y se puso en pie, teniendo que aferrarse a la pared para no caerse por el mareo. [...] Se despegó de la pared y, antes de hacer cualquier cosa, acudió a un espejo que tenía colgado a un lado del escritorio, donde comprobó horrorizada que un monstruo del Averno con la cara hinchada, los ojos inyectados en sangre y las fosas nasales abiertas le devolvía la mirada desde la habitación del espejo.

–¡Cielos, ¿qué me pasa?! –exclamó tropezándose con la manta mientras caminaba hacia el armario.

En conclusión: tenemos a una Yumeko aparentemente sana hasta el final de la Escena 1, y de pronto claramente enferma nada más empezar la Escena 2. Como ella misma piensa, según la voz narrativa:

Seguramente había cogido un catarro, producto de dormir con la ventana abierta, o quién sabe si la gripe aquella de la que todo el mundo hablaba.

¿Podría entonces la enfermedad de Yumeko no ser más que un catarro o una gripe, que casualmente se solapa con la infección del virus T? En la vida real todo sería posible, pero en un relato escrito a conciencia parece improbable que el autor haya querido confundir a los lectores introduciendo un episodio de gripe sin aclarar en ningún momento que se trata solo de eso. Se puede concluir, entonces, que estos síntomas que sufre Yumeko (mareo, tiritera, dolor de cabeza, malestar general, somnolencia), que ella, desde el desconocimiento, achaca a una gripe o un catarro, son en realidad los primeros síntomas de su infección con el virus T.

Entonces, ¿cuándo se infecta Yumeko? Es sabido por los seguidores de las películas de Resident Evil que el virus T únicamente se transmite por contacto directo (saliva, sangre…). Esto prácticamente descarta que Yumeko se infectara durante su sueño la noche entre las escenas 1 y 2. Podemos, por tanto, concluir que Yumeko se infecta durante el primer día que abarca el relato: antes del final de la Escena 1, o en el tiempo que transcurre desde ese momento hasta que se va a la cama.

¿Es descabellado pensar que Yumeko puede haberse infectado un día, y no despertar como zombie hasta la noche del día siguiente? Por lo que se nos muestra en las películas, el período de incubación del virus T toma normalmente un tiempo indefinido que puede promediarse en unas pocas horas, o menos. Aún así, en ningún momento de la serie se da a entender que no haya nadie, de forma excepcional, que pueda estar infectado un día entero antes de morir y resucitar. Puede considerarse que el autor, entonces, se ha tomado una licencia legítima al extender durante tanto tiempo la incubación del virus T en la protagonista.



La teoría de Umi

Una primera opción que podríamos analizar para explicar el cómo de la infección, es que Umi, mejor amiga de la protagonista y mencionada tres veces en el relato, es quien ha transmitido el virus T a Yumeko. Si recordamos su primera mención, al final de la Escena 1:

[Yumeko] permaneció un tiempo observando la tranquila estampa nocturna del río Sumida, mientras recordaba la cita que había tenido con su amiga Umi hacía unas horas. Le había traído un souvenir de la Torre de Pisa de su crucero por el mar Mediterráneo. «¡Barcelona es preciosa, Yume-chan! ¡Que me maten si la Sagrada Familia no es el edificio más impresionante que he visitado en mi vida!» Tomándola de las manos, le había prometido entusiasmada que algún día viajarían a Europa juntas.

Es decir, el mismo día que da comienzo el relato, Yumeko había estado con Umi cuando esta última acababa de regresar de un viaje por Europa. Esto inevitablemente nos lleva a recordar el inquietante anuncio que hace una pantalla de televisión en el cruce de Shibuya, al final de la Escena 2:

PÁNICO EN RACCOON - Reportados incidentes similares a los del supuesto reportaje en varias localidades de Europa y México. El Gobierno estadounidense guarda silencio al respecto.

¿Podría Umi haberse llevado a Tokio la infección desde Europa? Al respecto, llama la atención el hecho de que el autor especifique que la muchacha había tomado las manos de Yumeko durante su cita, un gesto que en Japón, donde el contacto físico está fuertemente restringido en público, incluso entre amigos y parejas, es notoriamente excepcional. Parece que el autor haya querido aquí dejar un mensaje a los lectores que, si bien ambiguo, indicaría que ese puede ser el origen de la infección de Yumeko.

Ahora bien, esta teoría tiene un fuerte conflicto. Que Umi se haya infectado en Europa supone que ha tenido que recorrer infectada y, lo que es peor, sin presentar síntomas ni transformarse, un largo viaje en avión de decenas de horas entre el viejo continente occidental y su país. Lo cual, claro, implicaría que Umi sufre un período de incubación tan o más largo que el de Yumeko, y el hecho de que dos personajes del relato presenten la misma anomalía parece demasiada casualidad para ser creíble. Tal vez podríamos pensar que Umi en realidad se infecta, no directamente en Europa, sino en el avión, de camino a Tokio, o en algún aeropuerto haciendo escala de camino. Aún así, el problema no parece resolverse, ya que es de esperar que, tras un viaje tan largo y agotador, y con el jet lag a cuestas, Umi no haya ido directamente a ver a Yumeko al poco de aterrizar, sino que haya tenido que tomarse bastantes horas de descanso en su hogar, durante las cuales cuesta creer que no se haya iniciado su cuadro sintomático.



La teoría de Kira

Otra opción bastante evidente a tener en cuenta es la del vector de infección animal. Hemos visto en las películas que un perro puede perfectamente transmitir el virus T (de hecho, en todas las entregas salvo la quinta hemos visto a estos animales transformados en horrendos zombies cuadrúpedos). ¿Podría esperarse lo mismo de una gata? Recordemos cierto momento del relato, en la primera parte de la Escena 2, en que se nos informa de cierto detalle al que sospechosamente no se vuelve a hacer mención en todo el relato:

Mientras se estaba secando, Yumeko observó en el espejo el zarpazo que Kira le había propiciado en el antebrazo antes de acostarse. Ya ni lo recordaba. No tenía mejor aspecto, y aún le escocía, pero no sabía dónde estaba el alcohol para desinfectarse ni tenía tiempo de entretenerse en buscarlo.

¿Dónde se habrá metido esa gata?

Bien podríamos tener aquí ante nuestros ojos la causa de la infección de Yumeko.

La Escena 2 comienza con la siguiente descripción de la bahía de Tokio, y del distrito en que vive Yumeko:

[...] la Bahía de Tokio había llegado a convertirse en una especie de macro complejo industrial gigantesco, plagada de zonas portuarias, polígonos industriales, aeropuertos, distritos residenciales, y hasta un parque de atracciones de Disney. En la desembocadura del río Sumida, un conjunto de grandes islas artificiales, encajadas unas con otras y apenas separadas por estrechos canales, aparecían como una extensión urbanizada de la ciudad de pleno derecho. [...]

[...] Tsukishima, perteneciente al barrio de Chūō –el mismo que albergaba el famoso Mercado de Pescado de Tsukiji–, era una de las islas de aquel archipiélago que quedaban más cerradas al mar. Lejos de los rascacielos residenciales que se encontraban en la isla, en una calle del vecindario, el anticuado politono de un teléfono móvil se hacía audible ventana a través desde el primer piso de un bloque de viviendas.

En efecto, el distrito de Tsukishima, en que reside la protagonista, se encuentra a poca distancia –relativamente, teniendo en cuenta las dimensiones de la ciudad– del principal puerto de la bahía de Tokio, incluso del Mercado de Pescado de Tsukiji, que es el más grande del mundo. Por estas cosas, si hubiera que escoger algún lugar de Tokio donde se produjera por primera vez un contagio del virus T, Tsukishima parecería un buen candidato.

Recordemos, al final de la Escena 2, cómo la protagonista abre la ventana para airear su habitación, justo antes de dirigirse a darse un baño. Tal vez su gata Kira, en ese momento, hubiera aprovechado para salir a darse un paseo nocturno –según la descripción citada antes, Yumeko vive en un primer piso–, para regresar antes de que su ama se acostara, siendo el animal ya portador del virus y transmitiéndoselo a Yumeko mediante un juguetón –o no tanto– arañazo. Si el distrito de Tsukishima y los circundantes, como parece posible, eran por aquel momento una incubadora en que el virus T se encontraba latente, quizás por sus calles y cloacas mediante roedores o insectos traídos en embarcaciones, la teoría es perfectamente plausible. (A pesar de que no deja de ser extraño que una gata quiera dejar el calor de su hogar para salir a dar un paseo bajo la lluvia.)



La teoría de la señora Aomoto

En varias ocasiones, el relato menciona a la madre de Yumeko.

–¡Oye, Yumeko! –gritó su padre de espaldas a la joven cuando ésta se encontraba a punto de alcanzar su habitación–. ¿Sabes algo de tu madre?

La chica se quedó unos segundos pensativa, parada en el umbral de la puerta.

–Pues… no. –Trató de situarse en el tiempo. Era jueves.– ¿Hoy no tenía que irse a…?

–Ah, calla, calla –la interrumpió el viejo arrugando la cara y agitando la mano como si tratara de espantar moscas–. Ni me lo menciones. No sé qué le pasa a esta mujer últimamente, pero no parece la misma desde que empezó a ir a la iglesia aquella… Empieza a preocuparme, ¿sabes? –dijo como si de verdad hubiera algo en el mundo que a él le preocupara.

En este diálogo de la parte final de la Escena 1, Yumeko y su padre comentan que la mujer en cuestión se encuentra en una "iglesia" –el relato contiene indicios que señalan que la madre de Yumeko podría ser testigo de Jehová, pero eso es otro tema–. Bien podría ser, entonces, que encontrándose ella reunida aquella noche con otros fieles, se contagiara de otra persona. Al regresar a casa, entonces, la mujer podría haber infectado a su hija. Esto deja la puerta abierta a que la madre de Yumeko no solo haya contagiado a su hija, sino también a su marido, de modo que lo que éste hacía en su sillón al principio de la Escena 2 no era realmente "echar una siesta" como Yumeko pensaba.

La joven caminó hacia el cuarto de baño pasando junto a su padre, quien echaba una siesta plácidamente en el mismo sillón en que lo había visto por última vez. No había indicios de que su madre hubiera vuelto del trabajo.

Aparte, si la señora Aomoto estaba infectada, es de esperar que para la tarde del día siguiente ya fuera una zombie. ¿Dónde estaba, entonces, cuando Yumeko se despertó y no la encontró en casa? Como piensa la protagonista, tal vez simplemente fue por la mañana a trabajar, de modo que sería en su puesto de empleo donde se transformó. Otra opción sería que, temprano por la mañana, se sintiera mal y acudiera al hospital, y desde ese momento su marido y su hija no supieran nada más de ella. Debemos tener en cuenta que ni Yumeko ni los lectores saben nada de lo que ha sucedido en casa a lo largo de esa mañana, de modo que las posibilidades son muchas y hay para dar rienda suelta a la imaginación.



La teoría del laboratorio

Una opción que algunos podrían considerar, es que Yumeko simplemente no se infectó. Dicho así suena absurdo, pero cabe la posibilidad según cómo se interprete la escena del Epílogo.

El Epílogo supone una vuelta de tuerca para el relato que, al igual que los sucesos de la película Resident Evil Retribution, remueve la percepción del personaje de Yumeko y deja lugar a diferentes interpretaciones. Podría considerarse que, a raíz del Epílogo, debemos considerar que Yumeko todo el tiempo ha sido una rata de laboratorio, cuya historia previa a la Escena 4 –tanto los sobrios sucesos de las escenas 1 y 2, como su viaje alegórico de la Escena 3–, son recuerdos falsos y delirios producto de la manipulación de su mente que se realiza durante su proceso de maduración en el laboratorio. Otra posible interpretación es que todo el relato es real y describe el verdadero origen de la infección del virus T en Tokio, así que la Yumeko que aparece muerta en la recreación del cruce de Shibuya en el Epílogo no es la misma que ha protagonizado el resto del relato. Esta discusión atañe más a las películas que al relato de Shibuya, que no es más que un reflejo de las primeras y no pretende alterarlas ni responder a los posibles dilemas que plantean. Así, preguntarse si la Yumeko del relato es la misma que la del Epílogo sería lo mismo que preguntarse si la escena de títulos de crédito de Afterlife es real o una recreación como la que se muestra en Retribution. Aquí no vamos a entrar a discutir eso, que queda a la libre interpretación del lector y espectador.

Sea cual sea el caso, si alguien se decanta por la opción de que Yumeko es parte de una simulación, podría pensar que no es necesario que la chica recuerde el momento en que se contagió, pues lo cierto es que fue en el laboratorio donde la infectaron controladamente antes del simulacro. La falta de elegancia de esta opción radica en que, entonces, el trasfondo entero de Yumeko carece de sentido. Si los ingenieros que diseñaron la simulación consideraron adecuado introducir toda una serie de memorias detalladas de las últimas horas de vida en la mente de una zombie, ¿por qué iban a omitir el recuerdo del momento en que se contagió, como si directamente nunca hubiera sucedido? La teoría tiene aún menos sentido si se tiene en cuenta que los supuestos recuerdos falsos de Yumeko sí que incluyen toda su sintomatología.



Ninguna de las anteriores

La opción siempre presente, "ninguna de las anteriores". Existen infinitas formas de contagiarse de un virus, la inmensa mayoría sutiles y hasta impensables. En cualquier caso, está claro que Yumeko no era consciente de que se había infectado. Su modo de contagio debió de ser algo sutil, quizás comiendo algo infectado, utilizando un vaso en un restaurante, o agarrándose a una barra en el metro. Tan solo su paseo por el barrio rojo de Kabukichō en la Escena 1 se sugiere como una fuente de infinidad de posibles vías de contagio.

Quizás algunos puedan pensar, desde una perspectiva solidaria con el personaje, que si Yumeko no es consciente de cómo se ha infectado, entonces el lector tampoco tendría por qué serlo. Es una opción que, de todos modos, de seguro dejaría insatisfecho a la mayoría de lectores.



Yumeko, ¿la paciente cero?

Yumeko (夢子): Del japonés yume (夢, sueño) y ko (子, niña, chica). Su significado puede interpretarse como "chica de ensueños" o "chica que sueña".

El nombre de Yumeko no está elegido al azar. Su significado haría referencia, para quienes creen que su aventura es real, a la ensoñación que padece a lo largo del Episodio 3 mientras está realizando su transición a la muerte. Para quienes prefieran creer que Yumeko es un producto de laboratorio, el significado de su nombre se hace pleno y abarca la historia entera hasta que despierta en la plaza de Hachikō, de modo que todos sus recuerdos no se manifestarían más que en los sueños que tiene durante su proceso de maduración en el laboratorio. Ahora bien, aunque no se hace notar en el relato, su apellido Aomoto tiene también un significado elegido adrede por el autor.

Aomoto (青元) procede del japonés ao (青, azul) y moto (元, origen). Azul, por el color del vestido que lleva en la famosa escena de Resident Evil Afterlife, y que es uno de sus principales distintivos. Origen, porque es la primera infectada de Tokio, la paciente cero.

Ahora bien, ¿es Yumeko realmente la paciente cero de Tokio? Las diferentes formas de contagio posibles que se han analizado en este dossier hacen dudar de que así sea. Si Yumeko se ha contagiado mediante Umi o mediante su madre, es evidente que no ha sido la primera en la ciudad. Y si ha sido su gata quien le ha transmitido el virus, debido a que éste estaba ya circulando de un modo u otro por las calles, es poco probable que ella haya sido justamente la primera en contraerlo, aunque sea perfectamente plausible. En cualquier caso, no parece tan importante el hecho de que Yumeko sea o no la primera infectada en Tokio o Japón, como el hecho de que para nosotros es, y seguirá siendo, símbolo de cómo el holocausto zombie se expandió por el mundo según las películas de Anderson.



Conclusión

En efecto, Shibuya no tiene intención de dejar claro y sin lugar a la duda cómo y cuándo es que Yumeko contrajo el virus T. Ahora bien, como se ha expuesto en este dossier, existen en él muchos indicios que señalarían a diferentes posibles vías de infección. Queda a disposición del lector escoger su preferida.


Me da que podría haber escrito todo esto en cuatro o cinco líneas. xDDDDD
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Re: Shibuya - Final

Mensaje por Cursed » 17 Abr 2016 00:08

Me ha gustado el final! =D> =D> =D>
En la linea de los capítulos anteriores. Tan sólo un 'pero':
Oculto:
Pero personalmente preferiría una explicación clara de cómo se infecta Yumeko más que el que se le de a entender al lector. Sinceramente no me había planteado que lo dejaras en el aire porque no me daban los números (Todo el mundo sabe que el virus-T te mata en pocas horas, por lo que me parecía imposible que Yumeko ya estuviese infectada en la escena 2)

En mi caso, me imaginaba que había sido atacada mientras tenía la ensoñación. Como que la ensoñación era en realidad un mix entre la realidad y el delirio, y que cuando estaba en esa tienda "versión oscura" algo la atacaba e infectaba.

Salu2 8)
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Re: Shibuya - Parte 2/4

Mensaje por Mataformigues » 17 Abr 2016 10:49

Cursed escribió:Me ha gustado el final! =D> =D> =D>
En la linea de los capítulos anteriores. Tan sólo un 'pero':
Oculto:
Pero personalmente preferiría una explicación clara de cómo se infecta Yumeko más que el que se le de a entender al lector. Sinceramente no me había planteado que lo dejaras en el aire porque no me daban los números (Todo el mundo sabe que el virus-T te mata en pocas horas, por lo que me parecía imposible que Yumeko ya estuviese infectada en la escena 2)

En mi caso, me imaginaba que había sido atacada mientras tenía la ensoñación. Como que la ensoñación era en realidad un mix entre la realidad y el delirio, y que cuando estaba en esa tienda "versión oscura" algo la atacaba e infectaba.

Salu2 8)
Oculto:
Lo que dices del ataque durante la Escena 3 suena interesante. xD Podría ser hasta una posible interpretación (con poco fundamento, por desgracia, porque en la Escena 4 no habría nada que la apoye): que Yumeko se infecta de alguna manera mientras está en la plaza. Y lo del largo período de incubación, pues sí, no se corresponde con nada de lo que se ve en las películas, pero tampoco creí que fuera algo necesariamente contradictorio, como digo en el Anexo. Si hubiera pensado que este detalle podía descolocar tanto, lo habría hecho de otra manera, pero bueno. xD

Como digo, la idea con que lo escribí es que ella ya se despierta infectada al principio de la Escena 2. Al sentirse mal y sentarse en el parterre de la plaza de Hachikō, lo que pasa es que sin saberlo se está muriendo. Entonces se queda adormecida, y como su mayor preocupación en ese momento es llegar a la tienda, esto se manifiesta en su cabeza en forma de sueño (es parecido a cuando nos preocupa algo que tenemos que hacer por la mañana y soñamos que lo hacemos). En un principio, mi idea era hacer que Iida se comportara en la tienda de forma extraña, como tratando afectivamente a Yumeko, de modo que ella se siente extrañada y desde el primer momento ya no le cuadra lo que ha pasado en la tienda. Al final lo cambié, porque no me gustaba; creo que más que causar una impresión de extrañeza, parecía inconsistente con la situación.

Luego, una vez que Yumeko ha arreglado para sí el problema de la tienda, su sueño continúa y se desvía para ocuparse de una preocupación más profunda de su subconsciente, que es el asunto de qué está haciendo con su vida. Digamos que algo dentro de ella sabe que se está muriendo, así que el subconsciente le manda señales extrañas que se tornan en una pesadilla, y no es hasta el final de su sueño que lo comprende todo. Justo el momento en que cae de la Torre de Tokio y se estrella contra el suelo (lo cual en la realidad es imposible, por cierto, porque te darías contra la falda de la torre xD), representa su muerte en la vida real.

Por eso de ahí se pasa directamente a su resurrección en la plaza de Hachikō, de donde no se había movido en ningún momento. Todo el rollo del primer párrafo de la Escena 4 sobre el Seol (término bíblico simbólico para referirse al estado de los muertos) viene para reforzar la idea que se va viendo a lo largo del capítulo: que Yumeko ya ha traspasado la frontera de la muerte, y se encuentra desubicada, sin nada que hacer ni entender nada. Básicamente, es una zombie.
No sé cómo me las apaño, pero en todos los relatos que escribo sin saber cómo acaba habiendo alguna cita de la Biblia, y un protagonista que va camino del trabajo cuando le sucede algo extraño que le impide llegar. xD
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Re: Shibuya - Final

Mensaje por Cursed » 18 Abr 2016 15:55

Si, si todo eso está muy bien, ya te digo. Te lo has currado, has investigado y joder se nota. A lo que voy es que me parece que alteras la mitología de Resident Evil a tu favor. Me explico:
Oculto:
Por ejemplo si hablásemos de hombres lobo. Su mitología es simple: Si te muerden te infectas, te conviertes con luna llena y la plata te quema. Vale, es cierto que han salido historias que a lo mejor han alterado esto, pero personalmente soy más de seguir las normas en cuanto a cada ser. Si eres un vampiro que el sol no te mata serás todo lo monstruo que quieras y tendrás todas las similitudes con los vampiros que te den la gana. Pero técnicamente no serás un vampiro. (Digan lo que digan los fans de Crepúsculo) A eso me refiero.

El Virus T de las películas de Paul es un virus que como mucho te da unas 2-3 horas de margen y dependiendo de la constitución y fortaleza de la persona infectada. Rain resiste 1 hora y algo... Carlos por ahí... Un virus tan letal no puede incubarse durante tanto tiempo dentro de una persona como Yumeko, a no ser que nos des una explicación.

Claro que también puedes decir: Que la explicación la saque el lector :mrgreen: :mrgreen: Pero joder, me molaba más que me la dieras tú ya que te has currado tanto toda la trama.
Por cierto, ni que decir tiene que si Paul WS Anderson ve que alguien le ha dado tantísima trascendencia a un personaje tan secundario de sus chorrada-pelis seguro que se la casca creyéndose el puto Dios.


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Re: Shibuya - Final

Mensaje por Mataformigues » 18 Abr 2016 20:36

xD Sí, entiendo tu punto de vista y supongo que no tengo nada que decir en mi defensa, más que lo que ya he dicho:
Oculto:
Yumeko vive infectada el tiempo que vive porque, aunque siempre nos muestran otra cosa, tampoco nos niegan que un tiempo tan largo de incubación sea también posible. (Añádase, para entender la debilidad de este argumento, "como tampoco nos niegan que pueda haber un zombie que vuele o no coma humanos sino cortezas de árboles", aunque creo que es más sustancial la diferencia que hay entre el zombie lento-caníbal y el volador-vegetariano, que la que hay entre el infectado que muere en una hora y el que muere en veinticuatro. xD)

(Por cierto, la verdad, ahora ni recuerdo Extinction, que hace un porrón de años que no la veo, pero me suena que el tiempo de Carlos se me hizo muy largo... aunque si tú dices que está en una cosa en plan lo de Rain, será verdad. xD)

Y otra cosa que podría decir (pero no lo voy a hacer, aunque a continuación, en efecto, lo hago xD) es que, si en Afterlife y Retribution se pasan el zombie clásico por el forro haciéndoles correr, excavar túneles y poniéndoles la cosa rara que les sale por la boca, ¡entonces faltaría más que Yumeko no pudiera estar unas horas antes de morirse! xDDD
Pero te entiendo, todo esto no es más que buscarle excusas a una cosa que es como es en mi relato solo porque se me ha antojado y porque le convenía que fuera así a la historia que quería contar. A quien no le convenza el hecho en sí de entrada, no le voy a convencer yo de ninguna manera. xD Por tanto, admito que puede ser considerado un importante error en el relato, al igual que el hecho de no especificar cómo se infecta Yumeko, por ejemplo, obligándome a sacar un "Dossier extra" en DLC para intentar que el fallo no parezca tan gordo. xD No tengo problema en admitirlo; tampoco quería construir la historia perfecta, y bastante orgulloso estoy con ella por cómo ha quedado. :D A ver si Capcom se anima a comprármela para un spin-off ahora que le van a dar la patada al bueno de Anderson. xDDDDDDDDD (Sería como pasar de la acción llevada al extremo más absurdo, a la letargosa historia que concluye antes de haber empezado. xD) Bueno, basta de idioteces. :v

Vuelvo a agradecer tu crítica, Cursed, y que hayas seguido mi historia. :wink:

P.D.:
Cursed escribió:Por cierto, ni que decir tiene que si Paul WS Anderson ve que alguien le ha dado tantísima trascendencia a un personaje tan secundario de sus chorrada-pelis seguro que se la casca creyéndose el puto Dios.
Sí, la próxima vez que esté con amigos o en el foro, y uno diga "Pues mi personaje preferido es Wesker.", otro "¡La mía es Alexia!", otro "A mí me encanta Rebecca. :3"... entonces yo diré "yo me kedo kn la china k sale en la peli jaja salu2".

(Mierda, pensarán que es Ada Wong...)
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Re: Shibuya (FanFic)

Mensaje por Cursed » 18 Abr 2016 23:22

Jajaja Ada Wong, la tía que tardó 5 pelis en aparecer... Yo creo que la breve aparición de la J-Pop (Ahora Yumeko) en la 4 y en la 5 es más relevante que toda la trama de ADA durante esa... Cosa... Llamada Retribution #-o thanks Paul

Y para acabar sólo dejar claro que estoy siendo subjetivo con ese aspecto de la "libre interpretación". A lo mejor a otra peña le mola. En cualquier caso, es un detalle. Me gustó, escribe más.


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