Empezaste una guerra: hiciste temblar ejércitos enteros y te serviste de las armas biológicas para masacrarlos. Pero yo ya era prisionera tuya desde mucho antes. Atrapada en la fría celda que es tu mirada, con las cadenas que creí cosa del destino uniéndome a ti. Tú tienes la llave que nos separará. Las cuestión es si deseas usarla.
N/A: Este fic fue pensado para dos retos, uno Weskerfield y otro "Amor en tiempos de guerra", de FF.net. Es un AU/What if, en el cual Wesker sobrevive a África y una guerra estalla. Es la primera vez que escribo algo romántico entre Claire y Wesker, siendo una de mis parejas favoritas del fandom, así que pido disculpas de antemano si están un poco OOC.
Disclaimer: Ni RE ni sus personajes me pertenecen, tan solo escribo por pura diversión y sin ánimo de lucro alguno.
Capítulo 1
Su mirada aguamarina se perdió más allá de las ruinas, del campo de batalla, de los edificios derruidos y del humo, rastro innegable de la destrucción. Allá en la línea que dividía cielo y tierra, con el sol ocultándose y dejando tras de sí un rastro nacarado, Claire Redfield buscaba una respuesta, aguardaba una señal para poder volver a respirar y dejar de retener el aire, ser capaz de inhalar sin temor a ser contaminada por la guerra, la pérdida, el dolor.Que llevase una máscara antigás no significaba nada. Sólo era un remedio temporal, una barrera que en verdad tan solo le debilitaba más. No purificaba, solo filtraba. Se suponía que lo más perjudicial no la traspasaría, y aun así, Claire tenía la incómoda sensación de que lo hacía, adhiriéndose a cada centímetro de su maltrecho cuerpo y perforándole el alma.
¿Había sobrevivido alguien? No lo sabía. Y tampoco estaba segura de querer saberlo.
¿Sería capaz de aguantar otra muerte? ¿Otro nombre más en la lista negra, otro cuerpo que enterrar, más a quienes llorar?
Probablemente no. Sus lágrimas rozaban lo nocivo, dejaban surcos en sus mejillas como piedras moldeando un río. No había nadie para contener la erosión. No quedaba quien detuviese el llanto y le permitiese recomponerse.
Claire siempre se había enorgullecido de ser una mujer fuerte, dura, que ganaba entereza con la experiencia. Aun así, podía ser amable, sensible, empática. Su humanidad se reforzaba a cada paso. Por eso quiso formar parte de TerraSave, ayudar a las víctimas, y si hacía falta, luchar.
Le gustaría decir que no existía ser en la Tierra capaz de arrebatarle eso, pero sería mentir con descaro.
La lista de enemigos tanto de Claire como de su hermano, de las organizaciones que luchaban contra el bioterrorismo, de todos aquellos compañeros y amigos que jamás habían cesado en su batalla, tenía una longitud considerable, y más larga que se hacía conforme avanzaban. Aun así, no había ser más dañino y peligroso que el amado.
Cuando alguien sostiene tu corazón en sus manos, estás completamente a su merced. Correr, huir, mirar hacia otro lado, intentar convencerse de que no hay lazos entre ambos es ponerse una venda en los ojos que acabará por hacer que te estrelles de lleno. Y el impacto será catastrófico: entonces, te darás cuenta de la realidad.
En el caso de Claire, en un principio pensó que estaban unidos por el hilo rojo del destino.
Oh, pobre ilusa, inocente niña, tanto le quieres que le has permitido usar el hilo para convertirte en marioneta.
Con el paso del tiempo, miró a sus muñecas, y contempló lo que pareció una eternidad las cadenas que las rodeaban. Para cuando levantó la mirada, ahí estaba él, sosteniéndolas con una mano enguantada, con la llave colgando en su cuello. Y en la mano libre, agarraba con firmeza el corazón de Claire.
Él era el dueño de su libertad. Se lo había quitado todo, para después burlarse de ella mostrándole aquello que ahora reclamaba como suyo. La conquistó siendo una joven rebelde, con sus sonrisas ladeadas, su actitud fría, sus pasos de militar, el eterno misterio y unos ojos grisáceos capaces de quitarle el aliento. Entre otras muchas cosas, Claire empezó respetándolo desde la distancia, cuando aún era un digno capitán de los S.T.A.R.S, y en menos de un parpadeo, se halló suspirando por el inalcanzable y altivo Albert Wesker. Le doblaba la edad, en efecto, y lo creyó un amor platónico de la adolescencia.
Y Claire, como se jactaba de conservar intacta su humanidad frente a otros que la perdieron por el camino, acabó tapándose los ojos. Porque no quería seguir viéndole de esa manera tras la traición, los asesinatos, la maldad y crueldad. Creyendo ser dueña de sí misma, considerando lejano cualquier tipo de vínculo con él, intentó seguir adelante, completamente a ciegas, hasta que se chocó de bruces con aquello que más temía.
Porque si todas esas convicciones fueran ciertas, por muy bondadosa y compasiva que fuese, Claire Redfield no habría intentado salvar al monstruo en el que se transformó el excapitán. Si a pesar de los crímenes cometidos y el dolor infligido quería ayudarle, hacerle entrar en razón, era porque lo amaba. Tenían partes de sí mismos en manos del otro. Wesker le dejó su lado más humano, más digno, mientras Claire se lo entregó todo.
Así, siguió observando el atardecer, rezando para que se le ocurriese un modo de poner fin a la guerra que él comenzó. Decían que en esas situaciones no existían ni buenos ni malos, solo ganadores y perdedores. Y ellos, los inocentes y los luchadores, iban perdiendo. A su vez, la destrucción y el caos ganaban terreno.
— ¿Claire? ¿Estás bien? ¿Te han herido?
La mencionada no se movió, a pesar de haber escuchado la dulce voz de Rebecca Chambers hablándole.
No creo que puedas curar ese tipo de heridas.
Rebecca insistió, colocándose a su altura, escalando con algo de dificultad los escombros sobre los que Claire estaba.
—Carlos ha evacuado la zona norte de la ciudad. El helicóptero despegará dentro de poco. El Capitán Redfield-tu hermano, pregunta por ti. Querría poder comunicarle que estás sana y salva, así que déjame echarte un vistazo.
La mayor por fin giró el rostro hacia la aun aniñada médica, y aunque solo se llevaban un par de años, Rebecca parecía infinitamente más joven. Seguía teniendo esa mirada brillante y cálida, el rostro muy redondeado y sin ningún signo de edad o de lucha. Parecía no haber cambiado desde Arklay.
—No tengo ni un solo rasguño, Rebbie. No te preocupes por mí y ve a atender a otros, hay quienes lo necesitan mucho más, desgraciadamente—contestó la pelirroja, intentando mantener la voz firme y relajada.
Estuvo a punto de protestar, pero la voz del ex mercenario le hizo cambiar de parecer. El walkie talkie, aferrado al cinturón junto un par de cargadores, emitió tras unos segundos de estática el mensaje de un hombre cansado de la guerra y desesperado por salvar vidas.
— ¡Chambers, hay al menos una docena de heridos en el distrito cuatro! No podemos moverlos, están graves. Se quedarán en tierra hasta que vengan refuerzos con el equipamiento adecuado, y joder, me gustaría que siguieran vivos hasta entonces. Necesitamos tu mano mágica por aquí.
Claire hizo un gesto con la cabeza hacia el aparato, reiterando sobre lo que acababa de decirle.
—El deber te llama. Y, ¿sabes qué? Yo también he de volver al trabajo. Sabes cómo se pone Moira cuando se le hace esperar.
Sí, le esperaba una retahíla de palabras a cada cual más malsonante.
Descendieron juntas, teniendo cuidado de no tropezarse con la fachada de una hermosa casa de tonos pastel, el escaparate de la boutique que hubo a su derecha o las plantas del diminuto parque de la izquierda. Eso fue antes de convertirse en un triste montículo de cascotes y cristal.
La pelirroja admiró durante la caminata el color del cielo. Los tonos azules, casi grises, se diluyeron con pinceladas de naranja y amarillo dejando un cuadro cuanto menos hermoso.
Un pensamiento cruzó su mente a toda velocidad, y fue como si desde donde fuera que estuviese, él hubiese dado un tirón de las cadenas para llamar su atención, recordándole que hasta los atardeceres llevaban su nombre. —La BSAA y TerraSave han tomado la ciudad, señor. El ataque ha sido contrarrestado, aunque los daños son significativos. Los datos recogidos muestran mayor preparación y eficacia en la respuesta ante amenazas biológicas…
—Las que conocen, cabe decir. Hay muchos prototipos aún pendientes de testeo. Si da el visto bueno, los probaremos en el campo de batalla. Puedo asegurarle que contra ellos no—
— ¿Va a decirme cómo emplear mis propias creaciones, Klein?
Se hizo el silencio. La voz del comandante llegaba a través de un teléfono situado en el otro extremo de la mesa. Un joven, con una cicatriz surcándole la mejilla izquierda y de aspecto hosco, sostenía el Smartphone. Se sentía fuera de lugar, no era del tipo que se sentaba con ejecutivos o científicos para debatir cuestiones de tal naturaleza. A él le gustaba la adrenalina, el peligro, la acción. Aun así, por su padre, ocupaba un asiento que claramente no le pertenecía.
Admitía que le resultaba ligeramente divertido ver la expresión de puro pánico y terror en sus caras.
Klein se disculpó, juntando las manos con fuerza en el regazo. Llevaba poco tiempo trabajando allí, y al parecer, por mucho que se lo advirtiesen sus compañeros, no terminaba de entender qué debía o no decir, o cómo hacerlo. Si no tenía una bala entre ceja y ceja todavía era porque tenía talento, mostraba entusiasmo en lo que hacía y por mucho que la gente especulase, al Jefe tampoco le complacía del todo tener por subordinados a un rebaño asustado de darle buen uso a las neuronas.
—Liberad a los Acutus. Recoged hasta el más ínfimo dato de combate.
La llamada acabó tras la orden.
Una sola frase, un puñado de palabras, eran suficientes para sentenciar otra masacre. — ¿Qué cojones es eso?
Esbozó una sonrisa fugaz, a pesar de proceder a regañarle segundos después. Divisó, no muy lejos de Moira, a lo que parecía ser un niño pequeño. La joven se tapó la cara, deslumbrada por un repentino resplandor. ¿Qué podía brillar tanto? Claire también se vio cegada por el haz de luz.
Por muy raro que sonase, parecía provenir del niño.
Estaba de rodillas, en medio de la avenida. A sus lados, se extendía una hilera de árboles desnudos, ocultando parcialmente un parque y múltiples pequeños comercios. Dentro de nada anochecería; el sol iba perdiendo protagonismo, así que la naturaleza de aquel fenómeno era un misterio.
Moira, sin moverse del sitio, giró el tronco hacia ella, con una mano haciendo de visera y el ceño muy fruncido.
— ¿Claire?
La pelirroja avanzó con cautela. El niño estaba completamente inmóvil, apoyado en el asfalto, dándole la espalda al atardecer. Conforme se fue acercando, alcanzó a oír al pequeño murmurar algunas cosas inteligibles.
Comprendió lo que decía demasiado tarde.
—Cortar… Te voy a cortar.
La luz provenía de los rayos de sol impactando en las cuchillas que le recorrían la espalda y los brazos. No era humano. No era un inocente. Era un ser creado en un laboratorio para no dejar rastro de sus enemigos. Parecía ser que podía alterar su forma para engañar a su víctima. Cuando se levantó, y el sonido de los huesos recolocándose y los músculos estirándose dieron paso a una criatura de dos metros de altura, Claire también empezó a escuchar los gritos.
Moira le decía que retrocediese. Aunque no fue lo que captó su atención.
Fueron los chillidos de terror, de agonía, desde la otra punta de la ciudad, donde la BSAA y TerraSave atendían a los supervivientes y los preparaban para marcharse a un lugar más seguro.
La seguridad, a esas alturas, se había quedado en una ilusión.
Su mente le decía que echase a correr o desenfundase el arma, que al menos intentase defenderse, o acabaría en otra bolsa para cadáveres.
Sentía el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, llevando la sangre a cada rincón de su cuerpo, incentivando una reacción. Pero lo único que podía hacer era dejar que los gritos le perforasen la piel y se colasen en su interior, extendiendo la tristeza y la desesperanza.
No había forma posible de ganar esa guerra. En cuanto creían haber conseguido una pequeña victoria, el tirano movía una pieza en su tablero de ajedrez y volvía a tenerlos en jaque. Seguiría eliminando los peones, las torres, alfiles y caballos, hasta que no quedase nadie.
Llevaba tiempo intentando quitar de en medio a la reina blanca, pues una vez cayese ella, el rey sería completamente vulnerable. Si todavía no estaba fuera del tablero, era porque le gustaba jugar con ella, y sin ser consciente, acabó debilitando un poco a su rey negro.
Quería matarla para hacer daño a los demás y poner la partida en jaque mate.
Sin embargo, se le haría raro seguir sin ella.
La hoja afilada del Acutus se alzó, lanzando otro rayo de luz, y Claire solo pudo sentir cómo le rasgaba la ropa y la piel desde el hombro hasta la cadera.
Para fortuna de quien le haya gustado, el segundo capítulo está casi terminado. Esto lo escribí en julio, así que tenéis la ventaja de poder leer una actualización muy pronto, a diferencia de FF.net donde no subo nada desde el momento en que lo escribí.
Espero que os haya gustado (especialmente a Mataformigues, que parecías ansioso por leerlo xD), cualquier crítica, sugerencia, etc. es bienvenida